Estudiar en una ciudad distinta de la natal es rudo. La nostalgia por aquellas tardes de invierno adornadas por una humeante cazuela, el olor a detergente que emanaba de esa ropa limpia y los agasajos varios que nos proporcionaban en casa, chocan con ese apocalíptico caos que suele ser nuestra nuevo hogar de estudiantes.
Por si todo esto fuese poco, las consideraciones de presupuesto nos obligan a buscar una compañera o compañero con quien compartir gastos, lo que si bien es un alivio, tiene también costos que pueden ser emocionalmente carísimos, si no logramos conectar con alguien afín a nuestras costumbres y mañas varias.
Finalmente el momento llega. Entramos a nuestro primer año de carrera, y conocemos aquel personaje que nos parece ideal para armar ese hogar temporal que nuestro paso por la academia nos exige. Pero desde el momento en que pisamos juntos la casa, comienzan los problemas.
La mercadería es un clásico problema de convivencia. Están por un lado los paranoicos y mezquinos que esconden sus alimentos en insólitos lugares y marcan hasta el azúcar, y por otro lado los que se aprovechan de la generosidad de sus convivientes y abusan sostenidamente de quienes optan por tener un hogar normal, con las cosas guardadas donde deben estar.
El carrete es también un tema sensible, sobre todo si los dueños de casa estudian carreras distintas: siempre habrán problemas cuando esa difícil prueba que requiere concentración máxima esté próxima, y en medio de la jornada de estudio del afectado este se encuentre con su partner bailando "La Macarena" arriba de la mesa del comedor con una horda de personas tomando como si el mundo fuese a acabrse.
El orden y limpieza tiene también un apartado aparte en complejidad a la hora de tomar acuerdos. Nadie puede ser culpado de odioso por reclamar luego de haber sentido el profundo bouquet a arroz pasado que te mandara corriendo al baño en medio de incontrolables arcadas, o luego de toparte con una champa de pelos en la ducha. Por otra parte, están los del otro extremo, que pretenden controlar hasta el orden de tu pieza. Hay que respetar los espacios.
Vivir bajo un mismo techo con otra persona es una asunto sensible. La recomendación es a ceder y llegar a acuerdos, y tener muuuucha paciencia. Una buena o mala vibra hogareña incidirá directamente en tu calidad de vida, por lo que debes procurar mantener la armonía, o al menos hacer un buen esfuerzo antes de salir arrancando a mil por hora a buscar nueva compañía. Más vale malo conocido...
Imagen CC Jeremy Wilburn