Hace un tiempo me ofrecieron trabajar en un medio de comunicación. Acepté porque era una excelente oportunidad de aprendizaje y crecimiento profesional. Resultó ser un empleo agotador que me demandaba más de 12 horas diarias, pero yo quería aprender y me sentía como “pez en el agua”. La primera etapa fue una experiencia inolvidable y conté con un estupendo grupo de colegas.
Sin embargo, las cosas comenzaron a cambiar. No había problema con el sueldo, pero sí con las condiciones laborales. La recarga de trabajo aumentó, se incumplieron algunos aspectos de mi contrato y surgieron ciertas prácticas periodísticas que repercutían negativamente en mi trabajo cuando era editado. Había decidido armarme de paciencia y continuar; pero esto último, más otras situaciones, me llevaron a optar por la renuncia. Afortunadamente, jamás me arrepentí de ello.
El tema es que elegir entre un buen sueldo o un buen ambiente laboral, cuando no se puede tener a los dos, es algo sumamente personal. Cada uno debe evaluar las consecuencias que tiene el escoger una u otra alternativa. Para algunas personas es más complejo dejar un empleo, ya sea por condiciones económicas, sociales, profesionales, etc.
Con este último factor me refiero a que existen trabajadores que se encuentran con un campo laboral saturado y cada vez que obtienen un empleo acorde a su formación académica, lo ven como una oportunidad que no pueden desechar. Y es precisamente en casos como estos, donde el factor monetario suele pesar más que el ambiente laboral.
Contar con el sueldo deseado, implica que por ejemplo, un padre no tenga dificultades al costear la educación y salud de sus hijos. Así como el tener un óptimo clima laboral puede beneficiar el rendimiento de la empresa, disminuir el ausentismo, aumentar la productividad e incrementar el compromiso de los trabajadores con su lugar de empleo.
Por el contrario, tanto un bajo sueldo como un pésimo ambiente de trabajo, pueden aumentar la rotación del personal y disminuir la calidad del desempeño. En definitiva, no sólo traerá perjuicios para una empresa, sino que también para el trabajador. Lamentablemente, en casos de este tipo, no es extraño encontrar afecciones físicas y sicológicas en ellos.
Como les decía, la decisión es personal. Dependerá de nuestras prioridades, valores, condición económica, etc. Pero independiente de lo que se decida, esa acción debe ser bien pensada para que no llegue el arrepentimiento cuando sea demasiado tarde. Y por cierto, si finalmente optan por renunciar, no descarten la idea de convertirse en emprendedores o de probar con otras áreas como el teletrabajo o los servicios freelance.
Imagen CC vía CarbonNYC.