En uno de mis tantos recorridos, por un milagro del señor, vi un asiento vacío y me senté. Lo curioso, fue que desde un comienzo, no dudé en cerrar los ojos (para que no me pidieran el asiento y para ver si existía la posibilidad de recuperar alguna hora de sueño). Al principio todo estuvo bien, un par de abrir y cerrar de ojos y aún no llevaba ni la mitad del recorrido.
Creo que fue un momento tan placentero que olvidé, por completo, que iba camino “a la U”; El examen que tenía en 45 minutos más o de que debía juntarme con una compañera en 4 estaciones antes de llegar. Volví a abrir los ojos luego de una abrupta frenada y golpe en la cabeza, me fijé que todavía me faltaban como 10 estaciones más. Entonces, decidí retomar el sueño y aprovechar el trayecto restante.
De un momento a otro me pareció escuchar a mi mamá y ¡que mamá!, le dije media asustada cuando abría los ojos de rápidamente. “No señorita, llegamos”, me dijo con cara sorprendida, una anciana de cabellera blanca y dulce sonrisa. ¿Dónde vamos? le pregunté, “estamos en la última estación del metro, tiene que bajarse”, me dijo.
¡Chuta me pasé! ¡Nunca me quedo dormida! ¡Son las 11:00 maldición! ¡No fui a la prueba! ¡Que atroz! Y mientras salíamos del carro, la abuelita, me preguntaba: “No vive por acá”, yo vivo a 3 cuadras de la plaza y sola hoy voy a almorzar.
Estudio por acá, pero ya no fui. Me devolveré a mi casa le conté. ¡Vamos a almorzar a mi casa me dijo!, encantada le respondí. Y les confieso que fueron los mejores porotos que he probado en mi vida. ¿Doña María? Nunca más la volví a ver…
Cada vez que me he quedado dormida en el metro, he pensado en bajarme en la plaza e ir a verla. En un próximo sueño profundo lo haré…
¿Y ustedes se han quedado dormidos en el metro?
Imagen CC Corujanova