La época de exámenes es, probablemente, aquella en la que más nos acordamos de Dios y todos los santos, sobre todo cuando, por una diversidad de razones, —ya sean relaciones, fiestas o solo pereza— no hemos estudiado para rendirlos.
Fue justamente lo que me pasó con el ramo "Historia de las Ideas". Realmente no me iba mal, pero era una época en la que había una gran cantidad de actividades más interesantes como para repasar las reflexiones filosóficas e intelectuales de los principales pensadores de la humanidad.
Mi último examen
El ramo era interesante y el profesor hipnotizaba con su gran cantidad de sabiduría, por lo que esa clase era una de las más agradables de las que tenía en la mañana, horas en las que el sueño es mi principal enemigo. No obstante, mis divagaciones mentales proliferaron en ese salón y en la típica y muy buena actuación de hacer como que escuchaba al profesor, mi mente volaba a diversas partes del mundo e incluso, a veces, hasta se quedaba en blanco.
A los exámenes, que eran 5 en el semestre, llegué mayoritariamente con lo aprendido en clases porque mis apuntes eran una masa de palabras tipo jeroglíficos al final del día. Y mis amigos tampoco eran de aquellos a los que se les conseguía el cuaderno para sacar fotocopias o de los que enviaban lo anotado en el tablet por correo electrónico.
Cómo preparé la prueba
Fue así como llegó el día de tener que calcular el promedio y ver si es que me tocaba dar el examen final para poder pasar el ramo de "Historia de las Ideas". La sentencia era clara desde el primer momento, y el deber era soportar el estrés, prepararme para dar el último test y no atrasarme en la carrera.
La cita fue para un martes a las 8:00 horas de la mañana, y yo vivía a 45 minutos de la facultad en un sector donde, si el bus se te pasaba, era mejor sentarse en el paradero para esperar de manera paciente que llegase el siguiente.
Estudié toda la noche y absorbí gran parte del contenido que ignoré durante los cinco meses para pasar el ramo de "Historia de las Ideas". No me costó no dormir aquella noche porque el contenido era muy atractivo y sencillo de leer.
Sin embargo, tuve la mala ocurrencia de cerrar los ojos por un breve momento cuando el reloj marcaba las cinco de la mañana, y cuando los volví a abrir ya eran las 7:00 a. m.
El peor viaje de mi vida
No lo pensé dos veces y, de un salto, me vestí. En aquel momento era, sin duda, más importante llegar a dar el examen que mi buena presentación personal. Me di una pequeña manito de gato por el cabello para que este no se viera como si hubiese pasado por un tornado. Agarré mis apuntes y partí rauda a tomar el microbús.
El paradero estaba lleno y eran las 7:15 a. m., venía el bus y yo tenía el tiempo justo. Lo mejor fue que lo miré y estaba completamente vacío, por lo que, incluso, iba a poder sentarme para repasar lo último.
De forma completamente inexplicable, la micro no paró. Entonces tuve que esperar la siguiente que pasó recién a las 7:40 a. m. De ninguna manera alcanzaba a llegar, ni siendo Usain Bolt, por lo que ya me mentalicé a echarme el ramo. Entonces en ese momento decidí ir a dormir.
El milagro del examen final
Cuando desperté, tenía una gran cantidad de mensajes en mi celular en los cuales me preguntaban qué me pasó, así como algunos de otros compañeros enfadados por mi actitud de no despertar a tiempo para ir dar el examen.
Aunque ya estaba resignada a tener que cursarlo por segunda vez, al día siguiente acudí de todas formas a mi casa de estudio para observar los resultados publicados en un listado. La música celestial sonó, se iluminó mi rostro y mis ojos brillaron al ver que, mágicamente, mi nombre aparecía entre los que aprobaron el curso con la nota mínima exigida.
No sé si fue un error del profesor o un regalo de Navidad, pero, definitivamente, fue un milagro... el de pasar el ramo de "Historia de las Ideas" sin haber dado el examen.