Cuando terminamos de hacer las mochilas, ya era de noche y estaba cerca la hora de salida del bus rumbo al sur. Era mi primera experiencia mochileando y estaba ansioso de que las vacaciones comenzaran.
Junto con mi amigo, juntamos el dinero y planeamos un viaje sin itinerario, en el que pudiéramos ir donde quisiéramos y cuando quisiéramos.
Primero, llegamos a Puerto Varas y disfrutamos del festival de la cerveza, de las fogatas en el camping, de tocatas, bares y comida majestuosa. También conocimos a un grupo de amigos que nos acompañó en los siguientes destinos y luego de unos días, habíamos llegado a Petrohué, a las hermosas orillas del lago Todos los Santos. Cruzamos el lago para llegar al camping Kushell, al otro costado del camino y nos quedamos algunos días ahí. El grupo de amigos que nos había acompañado tenían que irse y nos pidieron algunas linternas para seguir recorriendo.
Ya estaba atardeciendo cuando, agotados, Andy y yo dormimos una siesta en la carpa para recuperar energía y poder salir en la noche. El cansancio nos ganó y cuando desperté, la luz del día se había ido por completo. No entendía muy bien que pasaba o donde estaba, comencé a buscar las linternas que recordé habíamos regalado a los chicos que se habían ido esa tarde. Desperté a Andy para que me pasara alguna linterna suya y el me dijo que había regalado ambas que llevaba consigo. Empecé a desesperarme un poco cuando recordé ¡los celulares! de algo que sirva la nomofobia, pero el mío no tenía batería y con el de Andy pude ver que eran las 23:30 y solo eso, porque también se apagó.
La carpa estaba absolutamente oscura, cuando empecé a sentir una sensación de encierro que antes no había vivido. Andy me dijo que estuviera tranquilo y siguió durmiendo, yo empecé a buscar mediante el tacto los cierres de la carpa, pero no los encontraba. Buscaba de nuevo lentamente por toda la orilla, hasta el otro extremo y nada, luego de vuelta y sentía que no podía respirar. Ya no buscaba los cierres de la carpa sino que la golpeaba, no sé con que fin realmente, pero quizá, milagrosamente, los cierres se correrían o los podría escuchar y encontrar. Andy se despertó nuevamente y me decía que me relajara porque no pasaba nada, pero no podía calmarme, sentía la falta de aire y me dolía la cabeza, el corazón se me aceleró mucho.
Después de lo que yo sentía que fueron 30 minutos, pude sentir un cierre en el costado derecho así que me abalancé a abrir la carpa como fuere. Lo conseguí y pude salir arrancando, pero nunca me percaté que realmente era de noche, que estábamos en el sur y a las orillas de uno de los lagos más fríos que había conocido, ya que sin importarme mucho, salí de la carpa sólo con el boxer a sentarme en un tronco cuando sentí abruptamente un frío doloroso por todo el cuerpo. Riendo angustiado gritaba que hacía mucho frío, Andy también reía a carcajadas. Yo no quería entrar de nuevo a esa carpa y cuando me sentía aliviado de que la noche estuviera hermosamente estrellada, creí que las estrellas se iban apagando lentamente, así que necesitaba una linterna lo antes posible.
A lo lejos pude ver una de las fogatas que prendía la gente que acampaba, por lo que me puse una parca de Andy que estaba cerca de la puerta de la carpa y comencé a caminar hacia allá, creo haberme caído unas cuatro veces en la oscuridad entre los riachuelos que pasaban por el camino. Sin ver nada y agotado caminé hasta que llegué a lo que creía una fogata, pero no, resultó ser una casa con una pequeña ampolleta prendida en el patio.
¡No había nada más! ¿que iba a hacer con esa pinta, a esa hora y con miedo de volver a encerrarme en la carpa? me preguntaba. Grité para ver si había alguien y salió una niñita pequeña, quizá de unos 12 o 13 años, le pregunté si estaba su mamá o papá porque necesitaba pedirles un favor muy grande, la niña me dijo que no, así que no tuve más opción que contarle a ella lo que me había pasado y el miedo que tenía de volver a la carpa, porque intentaba tranquilizarme y pensaba que podía dormir y en la mañana habría luz, pero no era consuelo, no podría dormir en toda la noche. Le dije a la pequeña que por favor me prestara una linterna, que le dejaba cualquier cosa como depósito para su seguridad, aunque después de decir eso recordé que andaba en boxers con una parca y no tenía nada que dejarle, pero no podía irme de ahí sin una linterna. La niña con una cara de mucha paz me dijo que me tranquilizara, entró a la casa y salió con una linterna grande y me la pasó, me dijo que confiaba en mí y que no necesitaba dejarle nada, solo me dijo que la cuidara porque era de sus papás.
Ya con la linterna en mi poder, volví a la carpa, infinitamente agradecido y me acosté con la linterna prendida hasta que pude conciliar el sueño.
Que alegría saber de que aún hay personas que confían en la gente, que aunque ven a un tipo loco a medio vestir, descalzo y angustiado, creen en él y lo ayudan, por tonta que pueda parecer su causa o sus motivos, eso no importa, esa niñita me vio triste y me entregó una de las mejores linternas de la casa sin conocerme o haberme visto nunca, son gestos minúsculos que enseñan mucho.
Al otro día le llevé la linterna y unos panes amasados que vendían en el camino para agradecerle, después nos fuimos de Petrohué, con una historia, una enseñanza y con la certeza de que soy claustrofóbico.