Entrar a estudiar una carrera universitaria es el inicio seguro de un montón de cambios e historias que seguro vamos a recordar toda nuestra vida. Todos anhelamos aprender cosas nuevas, hacer amigos y los más ansiosos y creativos imaginamos hasta algunos detalles de lo que esperamos o deseamos encontrar, pero seguramente pocos tendrían en sus planes algo tan arriesgado y poco común como salir con el profesor de algún ramo. Y aunque no estaba en mis planes, eso que parecía tan extraño, me pasó: me enganché de un profe.
En la primera clase hicimos un trabajo grupal y cuando me paré a exponer las respuestas de mi equipo, noté algo extraño en la forma en que el profe me miraba y me respondía. Era super guapo y simpático, además del peligroso detalle de que tenía casi mí misma edad.
Cada clase me siguió sacando a la pizarra, comentándome cosas al terminar la hora, hasta que llegaron las clases particulares, las idas a buscar al trabajo y los mensajes de whatsapp hasta tarde y otras señales clásicas de cuando ya hay un interés más allá de la amistad. El problema - como si pretender tener algo con un profe no fuera suficiente- es que los dos teníamos pareja, así que yo no me hacía muchas ilusiones y más allá de imaginar cosas no pensaba que algo se fuera a concretar.
En contra de todo lo que podría haber esperado o buscado, no pude continuar con mi pareja, sintiendo esa atracción tan fuerte, aunque no había pasado nada concreto con el profe. Y al poco tiempo Mauricio - Mauro, como me permitió decirle - dejó su casa, su polola y me invitó a salir. Yo no podía creer que estábamos llegando a ese punto y hasta ahí no creía que fuera a pasar algo más.
Pero el día que salimos ya nadie pudo seguir disimulando ni teníamos ninguna relación que nos impidiera dan rienda suelta a esa atracción que habíamos sentido desde el primer día. Contra todos los problemas laborales, académicos y los rumores que podrían surgir por salir con el profesor, comenzamos una relación secreta, arrancándonos juntos después de su ramo, separándonos una calle antes de llegar al instituto o enviándonos indirectas en medio de la clase, como un juego que nadie más que nosotros conocía y que empezó a transformar la atracción en algo más.
Entre mis compañeros y los de otras carreras también, se creaban historias de amor más "clásicas", como siempre después de unos meses de estar estudiando, pero ninguna de esas relaciones universitarias me parecía tan intensa, entretenida y memorable como la que yo estaba viviendo. Y aunque algunos de mis amigos sospechaban que yo le gustaba al profe o que a mí me pasaban cosas con él, nadie interfirió ni puso en duda su profesionalismo o mi formación, aunque obviamente teníamos que andarnos con mucho cuidado y no contarle a nadie que estudiara ahí lo que estaba pasando.
Aun con mucho asombro de mi parte y también de Mauro, los meses pasaban y eso que tanto tratamos de evitar siguió creciendo y empezamos a pololear, presentarnos amigos, familia, salir de vacaciones y todo lo que una relación común y corriente tiene, excepto que no podíamos permitir que llegara a oídos de nadie en el instituto. Hasta que llegó el fin de semestre y Mauro tomó una decisión: renunciar a su puesto para dejar de ocultarnos.
Cuando pasó un tiempo prudente y mis amigos del instituto lo empezaron a ver llegar conmigo a las fiestas, o lo veían afuera del instituto esperándome después de clases, la situación se hizo evidente y los temores y precauciones pasaron a la historia. Tal vez estar con un profesor no sea el amor más fácil que he tenido, todo lo contrario, y quizás nunca hubiese apostado por ver nacer un romance y una relación en esas circunstancias, pero salir con el profesor pasó a ser una de mis mejores y más bonitas historias universitarias, en las que nunca sabes qué podrá pasar ni con quiénes. Finalmente, se trata de dejar que fluya y tú próxima conquista universitaria podrá ser una inesperada y entretenida sorpresa.