Nadie se va a salvar: estudiar una carrera universitaria implica, tarde o temprano, tener que hacer frente a la tediosa práctica profesional. Seguro que piensan, como muchos, que no es más que una pérdida de tiempo para ti y mano de obra gratis para la empresa.
Y no puedo asegurarles que no tengan razón, pero no hay más alternativa, así que ¿por qué no tratar de hacer de la experiencia algo provechoso? No siempre se puede, pero nunca está de más intentarlo.
Cuando me tocó llevar a cabo el trámite, yo ya había estado pensando cuál sería la mejor opción práctica profesional, pues ya llevaba más de un año trabajando y con un sueldo pequeño, pero suficientemente alentador como para no cambiarlo por sacar fotocopias y servir café –que es lo que todos decían que te ponían a hacer-, ¡y gratis!
Lo primero que hice fue pedir hacer mi práctica profesional en el lugar en el que ya trabajaba, pero alegaron que la empresa no estaba registrada en el catálogo de la universidad.
Por más que exageré y dramaticé sobre mi situación económica y mi familia y mi alimentación y todo lo que se me ocurrió, no conseguí nada. Eventualmente tendría que hacer mi práctica profesional si quería titularme. Así que pensé: “¿para qué atrasar lo inevitable?”.
Decidí que, dadas las circunstancias, la mejor opción práctica profesional sería hacerla en la propia universidad para evitar perder tiempo en traslados y aprovechar las horas libres entre clases. Hablé con una profesora con la que tenía buena relación para cumplir con mis horas como su asistente. Me dijo que sí y, además, que no tenía que estar en su oficina todas las horas que decía el reglamento.
El día de la asignación de plazas llegué temprano al auditorio. No es que importara mucho la hora, porque la distribución se haría por orden descendente de calificaciones y las mías no eran las mejores, pero quería tener tiempo para cualquier imprevisto.
Afortunadamente, nadie quería pasar más tiempo del necesario encerrado en la universidad, y eso sirvió para alcanzar un lugar en la coordinación de mi carrera. Todo seguía perfecto, hasta el día en que, unas semanas después, llegué a mi primer día como practicante.
El coordinador de la carrera, con el que casi desde el principio me llevé mal, apareció muy sonriente para decirme que había habido un cambio de planes y que sería con él con quien tendría que cumplir mis horas de práctica profesional.
De la desesperación, hasta jugué mi lugar con una compañera; si yo ganaba, ella se quedaba con el coordinador. Una nueva y pequeña esperanza que me duró muy poco porque perdí e hice un coraje en el que prefiero no profundizar.
Por lo menos no estaba sacando fotocopias ni sirviendo cafés, pero tampoco estaba haciendo algo que fuera a servirme mucho para mi trayectoria futura, pues era un área de mi carrera que no me interesaba ni de última opción.
Así me pasé poco más de un mes, básicamente organizando papeles y libros (¿les confieso que se perdieron dos o tres?) hasta que un día ya no aguanté. Ni siquiera lo pensé mucho. Fui a ver al coordinador y le avisé que a partir del día siguiente dejaría de hacer mi práctica profesional en su oficina.
No le pregunté ni esperé su respuesta. La cara que me puso, primero de incredulidad y luego de impotencia, la consideré un pago suficientemente justo por las semanas que me tuvo haciendo su trabajo. No estuve seguro si era lo correcto, pero no iba ni a la cuarta parte de la práctica y ya me levantaba de mal humor todos los días.
Al siguiente periodo volví a hacer el trámite y, claro, me inscribí de nuevo en la coordinación. Saliendo de la junta de asignación, el coordinador me pregunto adónde me había registrado esa vez, le respondí que en el mismo lugar del semestre pasado y le pregunté si en esta ocasión tendría algún inconveniente en respetar mi plaza con la profesora con la que desde hace más de seis meses yo ya tenía un plan de trabajo. Me respondió que ninguno, con una carcajada nerviosa.
Y así fue. Cumplí mi práctica profesional redactando reseñas de libros, grabando cápsulas de radio, realizando entrevistas para un libro… Y fue un trabajo que hasta la fecha destaco en mi curriculum, pues además de divertido fue realmente constructivo.
El retraso no me afectó con los tiempos de titulación porque, acertadamente, el primer trámite de práctica lo hice en cuanto el reglamento lo permitía, lo que me daba tiempo de hasta dos cambios sin atrasarme en mi egreso.
Cuando por fin tuve mi constancia, llegué a la conclusión que ya sospechaba: la mejor opción práctica profesional es buscar aquella que en verdad deja una experiencia práctica y profesional. Con cuidado, claro; finalmente solo es un trámite por el que no vale la pena arriesgar la carrera. Pero si van al corriente, no está mal decir que no y esperar hasta encontrar esa alternativa ideal, o una que se le parezca un poco.