Esta historia es de algo que todos hemos vivido, o deberíamos haber vivido, al menos una vez en la universidad. El apagón de tele, cuando perdemos completamente la memoria de lo ocurrido durante la noche anterior, producto de la excesiva ingesta de alcohol, y al día siguiente despiertas sin saber qué me pasó.
La historia es sobre una fiesta de carrera de mi último año en la universidad, donde, como cosas que no pueden faltar en un carrete, uno se pone de acuerdo con un par de amigos y hace una vaquita para comprar el copete. En este caso, decidimos comprar unas promos para compartir, era uno de nuestros últimos festejos en la u, así que había que aprovecharlos.
Previa y carrete
Con mi amiga, salimos tarde a la previa, que era en la casa de un compañero, donde se habían juntado varios ya, y estaban prendidos con el tequila. Nosotras, para ponernos a tono, partimos con unos faroles de piscolas, había que celebrar, excusas no faltaban para brindar. Pero habíamos llegado tarde, y regla había en el departamento con tomarse un par de tequilas, la verdad no la recuerdo, pero, aunque sabía que me arrepentiría al día siguiente, nos tomamos varios shot de tequilas.
Luego, partimos a la disco, donde era el carrete de la carrera, y donde teníamos que llegar hasta cierta hora para entrar con el copete. Claro, que, por alguna extraña razón, quizás por costumbre, tomamos a toda velocidad antes de salir. Desde ese momento, mi memoria se empieza a fragmentar: recuerdo que nos fuimos caminando, muertos de la felicidad, y que hicimos fila para entrar con nuestro copete, en el que en ese momento ya se había convertido en una mamadera, y la piscola bien fuerte y lista en la botella de bebida.
Recuerdo que llegamos, nos pusimos a bailar con nuestra mamadera, y saqué a bailar a Pedrito (digamos que se llamaba así), estaba súper entusiasmada, y señoras y señores, eso es todo lo que recuerdo.
¿Qué pasó ayer?
Al despertar al día siguiente, me costó reconocer que estaba en la casa de una amiga, reviso mis bolsillos: en uno el celular con muchas llamadas perdidas y en el otro los cigarros. Revisé a mí alrededor, no estaba mi chaqueta, mi cartera, ni mi billetera. Busco a mi amiga que me alojó, y que no era con la que salí en un principio, ni donde había sido la previa, y me cuenta que estaba mal y decidió traerme, yo, como buena ebria, obedecí de inmediato. Claro que, para el resto de mis amigos, como en algunos tipos de carretes, esta vez me tocó ser Wally. Nunca avisé que fui, simplemente desaparecí, y ahí entendí el impresionante número de llamadas perdidas.
Tratar de reconstruir la noche no fue fácil, la verdad, creo que hay espacios que nunca quise recordar. Recuperar mis pertenencias fue otra odisea, mi billetera la había dejado en el departamento de la previa, había salido solo con los documentos, así que volví a buscarla. La recepción no fue de lo más amable, me tuve que comer un sermón más o menos. Lo bueno es que mi cartera y mi chaqueta se la habían llevado ellos, ¡una suerte! Mis documentos, los tenía Pedrito. Cuando ya los había dado por perdidos, me mandó un mensaje salvando la situación, llegué a buscarlos. Él no sabía por qué los tenía, yo tampoco. Lo dejamos así.
Final feliz
Durante el día hablé con mi amiga con la que había partido esto, estaba tan o más perdida que yo. Para ella fue peor, aparte de no recordar qué sucedió, tampoco encontró sus cosas. Simplemente las perdió.
Finalmente, la historia no estuvo tan terrible, aparte de una caña horrible al día siguiente y de la inmensa vergüenza por no saber qué pasó, creo que la sacamos barata. El día de hoy lo recordamos muertas de la risa, una experiencia que hay que vivir, y siempre en la compañía de buenos amigos encargados de cuidarte.