Era el cumpleaños de una amiga. Ella estaba ocupada en la parrilla así que cuando tocaron el timbre atendí yo la puerta. Eran su pololo y un amigo, al que fiché de inmediato como mi objetivo.
Durante la noche “el amigo”, a quien llamaremos Alejandro, se mostró muy tímido siempre en un rincón tomando su cerveza y después de haber bebido yo también un par birras, me decidí a embestirlo. Me senté a su lado y comenzamos a hablar, sin embargo no obtenía grandes señales de progreso así que aborté misión y decidí cambiar de compañero de conversación. Luego de un rato siento la mano de Alejandro presionando mi rodilla y una vez que lo miro me dice al oído: “dejé la bici afuera, acompáñame a ver si está bien”. Ahí empezó todo.
Demás está decir, que nunca hubo bicicleta, lo que si encontramos fue un rincón oscuro donde descubrí que su silencio ocultaba una gran pasión. Decidimos irnos a su casa, la que quedaba bastante lejos de donde estábamos y una vez allá me confesó que estaba pololeando. La verdad es que poco me importó, le dije que quien tenía el compromiso era el así que la decisión de seguir o no era suya, ya que yo no buscaba nada serio. Ya habíamos empezado algo y teníamos que terminarlo. Lo pasamos bien.
Pasaron unos días y el universo nos juntó otra vez, intentamos hacernos los locos pero no pudimos. Así, empezamos a juntarnos de vez en cuando. Yo salía de clases y le enviaba mensajes cortos y precisos:
- ¿Dónde estás?
- En clases, salgo en media hora.
- Voy para tu casa.
- Te espero
Los que obviamente borrábamos de inmediato de nuestros teléfonos. Nunca nos agregamos a Facebook y lo más importante, nunca les contamos ni a nuestros amigos. Los míos sabían que yo andaba con alguien, pero no lo conocían y los de él pensaban que salía a correr. Nunca nos juntamos en lugares públicos. Se preguntarán por la polola del chiquillo. Hay que decir que el hecho de ella viviera en otra ciudad, a dos horas de nosotros, hacía todo más fácil.
Asi, pasaron tres meses hasta que un día en casa de mi amiga, miro la pantalla de su computador y veo su página de inicio de Facebook. Aparecía, entre otras cosas, una foto de Alejandro con su polola y me bajó la culpa. Se veían tan bien juntos, tan felices, tan enamorados. Entonces decidí que no iba a seguir entrometiéndome. Las siguientes veces que intentó contactarme siempre estuve ocupada, hasta que dejó de escribirme.
No sentía ningún apego emocional hacia él. Sí, me caía muy bien, nos llevábamos mejor, pero el hecho de que reunirnos solo para divertirnos y no intentar conocerse un poco más allá ayuda a manejar la relación de forma mucho más fría, que es la forma en que tod@ patas negras debe llevar su condición para evitar engancharse. Nunca quedarse a dormir, nunca pasar más de 5 horas juntos, nunca compartir en eventos sociales.
Después un mes y medio y de nuevo en casa de mi amiga, ella me dice: “no sabes lo que le pasó al Alejandro… su polola lo engañó”. Ella no sabía que nosotros habíamos tenido algo y yo le pedí más detalles, los que resultaron bastante crueles. Resultó ser que un fin de semana Alejandro viajó a verla y cuando llegó a su departamento, del que tenía llaves, la encontró con un amigo de él. Si hubo escándalo o peleas no tengo idea.
Después de saber eso, me acordé de lo que dicen por ahí “amor de lejos, felices lo cuatro”. La polola de Alejandro nunca supo de lo nuestro, a pesar de eso podríamos decir que se la cobró igual. Por eso, mejor pensarlo dos veces antes de ser infiel, tomar los resguardos para no ser descubierto y recordar siempre que esto es sin llorar.