Al llegar al final del semestre en la universidad, uno ya no piensa con tanta claridad como al comienzo de este; el estrés de los exámenes y los trabajos finales suelen nublarte la vista, junto con todas las tazas de café y las latas de bebida energética que entran en tu sistema en ese par de semanas. En esos casos, uno solo quiere salir, sobre todo si estudias una carrera humanista, donde las pruebas finales son o exámenes orales o requieren desarrollo. En estas últimas, lo más importante es demostrar que sabes la respuesta, pero para alguien como yo, y muchos, una buena caligrafía es primordial para pasar esos ramos con éxito.
Eso fue lo que casi hace que me echara un ramo de la malla, el cual me atrasaría si no me sacaba una buena nota en la última prueba, y sin posibilidad de volver a darla.
Una caligrafía no digna de fiar
Eran las 15:25 horas del miércoles 23 de noviembre y buscaba la sala asignada a mi última prueba del semestre. Después de recorrer el edificio completo en su búsqueda, con mis compañeros nos dimos cuenta que nos habían dado mal la enumeración de la sala, por lo que esperamos otra sala para darla.
Era la tercera prueba solemne del ramo, no tenía examen, por lo que sí o sí tenía que irme bien. Durante el semestre todo mi esfuerzo se reflejó en unos bonitos 4,2 y 4,3, así que ya tenía todo calculado para pasar. Eso sí, solo pude estudiar los dos días anteriores por los otros exámenes que daba en la semana.
Eran tres simples preguntas de desarrollo que terminé de escribir entre confiada y estresada en unos 40 minutos aproximadamente. Me fui a mi casa tranquila, pensando en que ya había pasado el ramo. Nunca me imaginé que terminarla tan rápido se convertiría en mi (casi) perdición.
Después de dos semanas de espera, nos llega un correo electrónico con un listado que contenía las notas de la prueba y el promedio final. Buscaba mi RUT feliz y contenta, convencida que me había ido bien; me leí todos los textos, hice resúmenes y releí los párrafos destacados de los textos. Encontré mi RUT y vi la verdad: necesitaba sacarme un 3,4 para poder pasar... ¡y en la última prueba me había sacado un 3,0!
Hora de la argumentación
Estaba confundida. ¿Cómo me había ido tan mal? No podía echarme ese ramo. Por eso no lo pensé dos veces y le mandé un correo a mi profesora en el cual le pedía otra corrección (si, es una de las pocas académicas que te deja hacer eso). Ningún problema —me respondió— puedes venir mañana a mi oficina. Ese mismo día fui a buscar la prueba a la facultad, la iba a revisar para hacer un buen argumento y que me subiera, por lo menos, esas cuatro décimas que necesitaba.
Los nervios me estaban destrozando. Llegué 10 minutos antes para no perderme entre las oficinas, pero aun así terminé desorientada. Encontré a mi profe y fuimos a la sala de reuniones, donde iba a pelear por mi prueba. Nos sentamos, saqué mi examen y lo primero que me dijo fue no te entendí la letra, por eso te puse esa nota. Me quise caer de espaldas. Tanto esfuerzo que le había puesto a mis respuestas y mi letra de doctor me estaba perjudicando. Siendo sincera, releí mis respuestas y tampoco me entendía mucho. Estaba avergonzada.
Me dejó que le leyera las respuestas y se las explicara. Después de terminar cada una me dijo que ahora sí me entendía todo lo que le había puesto en cada una de ellas y que me subiría solamente las notas de dos de las tres preguntas (cada pregunta tenía su propia nota), por lo que terminé con un 4,2 como nota final de la prueba.
Me fui a mi casa feliz, sabiendo que cada vez que tuviera una prueba de desarrollo tenía que escribir de forma muy clara, y convencida que las clases de argumentación del colegio sí servían para algo.
Aprendizaje a largo tiempo
Siempre he tenido problemas con mi caligrafía. De hecho, cuando era más chica, mi mamá me sentaba todas las tardes a escribir en un cuaderno de caligrafía, que no resultó muy provechoso. Con esta experiencia, sé que tengo que tener mucho más cuidado en ese aspecto, sobre todo si en el futuro trabajaré en el mundo humanista o de las ciencias sociales.
Independiente de si te gusta o no escribir, sé considerado con los demás, y siempre escribe pensado que otra persona lo va a leer. O puede pasarte lo que a mi casi me ocurre: echarme un ramo por no saber escribir claro.