Recuerdo que cuando iba en segundo año de Universidad me enamoré perdidamente de un mechón. Fue, de hecho, amor a primera vista. No era tan alto, pero sí moreno, musculoso y de ojos verdes. Una delicia, ¿no te parece? En todo el tiempo que llevaba estudiando nadie había llamado mi atención de esa manera (y créeme que busqué y busqué), por lo que me propuse conquistarlo sí o sí, aunque mi experiencia en temas del corazón no era mucha por ese entonces.
Así, como te podrás imaginar, no fui de lo más habilidosa para demostrarle a este chico en cuestión mi interés por él. De hecho, debo haber parecido bastante psicópata, pues lo perseguí como nunca había perseguido a un hombre antes. Y verás, antes de él, mi gran amor había sido un profesor del colegio al que no paraba de regalarle chocolates en los recreos. Pero bueno, ¡esa es otra historia!
Te estaba contando, entonces, que me volví algo loca por este mechón. Intenté disimular lo más que pude, y mi primer intento de acercamiento fue regalarle mis viejos apuntes de clases. Igual bastante clever, ¿o no? Podía pasar como una acción desinteresada, si no hubiera sido por mi cara de embobada. Bueno, este primer intento de acercamiento no sirvió de mucho, porque además de unas gracias y una sonrisa, no obtuve mucho más. ¡Qué pena!
Pero si hay algo que tienes que saber de mí es que soy persistente. Se me ocurrió que quizás mi idea de los apuntes había sido muy disimulada y que debía intentar algo más osado para dejar en claro mi interés. Empecé entonces a buscar a mi enamorado en cada una de las ventanas que tenía entre clases, y cuando lo divisaba mi corazón comenzaba a acelerarse. Cuando estaba con más personas solo lo miraba desde lejos (¡pero no soy una psicópata!); sin embargo, cuando estaba estudiando solo era mi oportunidad perfecta para acercarme y conversar con él.
Le hablaba sobre cualquier cosa, porque lo único que me importaba era simplemente conversar. Le preguntaba qué le parecía la universidad y cosas sobre la carrera, si le gustaban los ramos, le decía que si necesitaba ayuda podía acudir a mí, etc. Todos esos típicos temas que uno saca para continuar conversando con la persona que le gusta. Después de un tiempo; sin embargo, me pareció que era demasiado notorio acosarlo de esa forma, y decidí intentar una última estrategia.
Tal como te mencioné en un comienzo, este lindo mechón tenía un cuerpo bien tonificado, y era porque iba regularmente al gimnasio. Para mi suerte, una de las primeras cosas que hizo al entrar a la universidad fue inscribirse en el gimnasio del campus, y adivina qué: ¡yo también lo hice! Así matamos dos pájaros de un tiro, ¿no? Aprovechaba de bajar unos kilitos y él estaría obligado a verme (ok, eso sí sonó loco).
Le hice ojitos, le preguntaba cómo ocupar las máquinas (aunque de verdad no sabía ocuparlas), me hacía la deportista y fitness frente a él, pero nada. Mi misión de conquista había fracasado, y con creces. A pesar de todo, tengo que admitir que fue lindo verlo sonreír y finalmente, lo más importante, ¡es haberlo intentado!
Y tú, ¿qué historia de conquista universitaria tienes para contar?