Últimamente se ha generado mucho ruido en torno a los llamados millennials por tratarse de un grupo que ha cambiado las reglas sociales en varios ámbitos. Hoy están logrando configurar el sistema de una forma casi inconcebible para las antiguas generaciones, de modo que se pueden observar variadas discrepancias o enfrentamientos en diversas etapas de la vida. Una de las más claves es el proceso de ingreso a la universidad y todo lo que esto conlleva posteriormente.
Antes de entrar a la universidad, es necesario entender una gran cantidad de puntos que muchas veces se aprenden a la fuerza o se hacen visibles luego de pasar por procesos que generalmente son largos y extenuantes para los protagonistas.
Primero que todo, siempre nos han dicho que ir a la universidad es una obligación. Que es parte de las secuencias de procesos propios de la vida "normal" y que debemos cumplir con este objetivo para poder ser exitosos en la vida. Bueno, no pretendo siquiera esbozar una consideración para el concepto de éxito, pero simplificándolo bajo una idea positiva de realización personal, la universidad no es un prerrequisito para lograr notoriedad en la vida. Es más, conozco a varios que, por esforzarse en tratar de tener una carrera, han fracasado y terminan en un escenario poco favorable producto de dicho capricho.
Dicho de otra forma, la universidad no es la única posibilidad al momento de proyectarse hacia el mundo laboral. Ejemplo de ello son todas las personalidades que en la historia contemporánea cambiaron el mundo habiendo desertado de la educación superior o sus símiles.
Aun así, si uno cree que es necesario pasar por la educación superior, nos enfrentamos a otra complicación. Históricamente los estudiantes comienzan su primer día de universidad sin saber lo que están estudiando. No entienden el significado de la carrera o cómo se desarrollará su profesión una vez graduados. Se matriculan por ideas preconcebidas, heredadas de sus padres o profesores del colegio, influenciadas por los medios, pero sin tener una vivencia personal o más cercana a la realidad. De modo que, años después, cuando llegan al mundo laboral, es para muchos toda una novedad y, al mismo tiempo, una pesadilla. Se puede tener un panorama más claro y eso se reduce a visitar universidades o espacios laborales que puedan ser interesantes y pedirle a algún cercano que te muestre la realidad de su profesión, para sacar del camino cualquier posibilidad de mito en torno a la carrera que te interesa.
Por otra parte, las prácticas laborales son las primeras que nos van revelando que el proceso de aprendizaje universitario es lento, disperso, burocrático y desmedido, ya que muchos postulan que un gran porcentaje de las enseñanzas de las carreras cursadas son poco útiles al momento de llegar al primer trabajo. Incluso he escuchado en reiteradas ocasiones que los primeros meses en la profesión otorga mucho más conocimiento que todos los años de estudio cursados.
Pero no quiero sonar tan negativo, sino que espero poder entregar una visión más amplia al momento de decidir si estudiar o elegir alguna carrera. Uno de los puntos más importantes, y que hoy por fin está sobresaliendo de la forma como realmente debería ser, es el descubrimiento de la vocación. En la actualidad, mucho más que antes, las personas se preocupan por este factor ya que de esta correcta elección surge otro punto más importante: la felicidad.
Desgraciadamente veo demasiados casos de personas que terminaron sus carreras para finalmente migrar a otra profesión u oficio, cuando podrían haber cambiado de opinión el primer día de universidad o hacer una mejor búsqueda durante la educación media. La vocación es un movilizador, es el espíritu que guía la elección de una ocupación y mantiene viva las ganas de seguir en ese empleo por el resto de la vida. Es la unión entre cuán capaz soy de hacer una labor, cuánto me gusta desempeñarme en esa área y cuánto es que el mundo necesita que yo me dedique a eso. En otras palabras: gusto, capacidad, mercado.
Es importante que te enteres también de cómo es que la figura del profesor está desvirtuada. Hay educadores que se consideran y los instalan en un olimpo inalcanzable. No hay que dejar que ellos te pisoteen, porque ese profesor está falto de vocación y su motivación es la necesidad económica. El maestro que realmente se esfuerce porque aprendas, intentará una, dos, tres y varias veces hasta que sienta más satisfacción que tú porque lograste aprender algo nuevo. Al semidiós, déjalo en su quimera, que dé charlas a empresas o que se dedique a la televisión, pero no le des la opción de que influya en tu norte, porque te encontrarás con varios de esos en el camino.
Finalmente, es totalmente trascendental que no pierdas el tiempo y entiendas desde el primer día de universidad que la decisión de asistir fue tuya y ojalá tus papás no hayan influenciado la elección. Sea lo que sea que estudies, si eres bueno, lograrás objetivos y aprenderás, pero ir a calentar un asiento les hace mal a todos en el largo plazo. Que no se confunda esta idea con ser el estudiante perfecto, si no que recuerda que ir a la universidad es una oportunidad y si la tomaste de forma informada, consciente y apasionada, no puedes desperdiciarla.