Estudié en la Universidad Católica de Valparaíso, estaba realizando mi memoria de título cuando decidí que lo mío era la psicología, así que me preparé y di nuevamente la prueba para quedar, feliz, en la Universidad de Valparaíso, donde viví mi segundo mechoneo y 6 años más de estudio. Durante un tiempo fui estudiante de dos prestigiosas casas de estudio y pude balancear mis gustos y deberes entre dos instituciones muy diferentes.
Recuerdo ese año como si fuera ayer. Tomar una decisión así no es fácil y comunicarla a los demás tampoco. Escuchas frases que van de la sorpresa, a las advertencias que deslindan en el reproche; como el enojado profesor que me enrostró que la malla curricular de la carrera que "dejaba a medias" podía cambiar y dejarme sin posibilidades de recuperarla. O mi madre, que atónita al escuchar la noticia atinaba a decir –“¿Porqué no terminas y luego sigues?”, fiel a la sabiduría popular de que “más vale pájaro en la mano que 100 volando”. Todo fue en vano, la decisión estaba tomada y me las arreglé para ser mechona nuevamente.
Durante el primer año todo fue sobre ruedas. En una universidad tenía poca carga académica y mi experiencia de estudiante me alivianaba la presión en la otra. Conocer a tantos profesores me ayudaba, pues hacía más consultas y obtenía mejor información. Tenía además doble biblioteca, cosa muy importante en un país donde el acceso a los libros es tan complicado y caro. Pero sobre todo, mientras iniciaba la carrera de mis sueños podía mantenerme unida al espíritu de mi alma mater. La primera universidad nos marca mucho, yo había experimentado los mítines y las tomas de la casa central, las peñas y después los recitales en el gimnasio de “la cato”. Estaba tan ligada a ella que comencé a llevar a mis nuevas amigas a mi antiguo casino y pronto se formó un grupo hibrido con gente de todos lados
Recuerdo que salía corriendo de las clases de biología o fisiología en la facultad de medicina, bajaba bordeando la vereda llena de cachureos, libros usados y herramientas chinas de la Calle Uruguay, atravesaba por la arboleda de la plaza O’Higgins y evitando las rejas del Congreso doblaba hacia Rawson. La marcha continuaba entre las coloridas verduras y frutas del Mercado Cardonal, los vendedores de pescado y las palmeras del bandejón central, porque ahí, en la Avenida Brasil, en el tercer piso del edificio Gimpert, justo frente a la terraza donde se reunían casi a diario mis amigos más diversos se dictaba mi último ramo: “Dante y la divina comedia”.Salía del aula llena de ideas y de energía, lista para continuar.
En mi segunda vez no quise pasar por el lado oscuro del mechoneo, me hacía presente sólo en las fogatas. En Valparaíso los encuentros al aire libre son frecuentes y ese año los aprecie intensamente. La mística de la carrera y la fuerza visual que tienen las reuniones en torno al fuego es cautivante. Aún evoco el olor de la sal en la suave brisa marina de fines de verano. La luna y los contornos de los médanos, las arenas frías y el vino caliente o mezclado con bebida cola. Atrás quedaban los huevos y la harina en el pelo, el macerado de ajo y cebolla y los rallados en la cara, la recuperación de los zapatos mediante el “macheteo” de dinero, caminando descalza por la Avenida Argentina y el Muelle Barón. Sin duda mi segunda vez fue mejor.
Tal vez lo más difícil llegó cuando tuve que terminar mi tesis en la Católica. Apremiada por el tiempo pues, como auguró aquel viejo señor, el currículo académico se modificaba y yo tenía que correr si quería concretar mis estudios. ¡Y corrí¡ sin lugar a dudas me ayudaron mis nuevos conocimientos y destrezas, pero sobre todo me impulsó la intuición de que no pasarla bien siendo estudiante es un fiasco. La creatividad no emerge y la rutina te absorbe. Si cuentas con experiencia y dos agendas en la mochila, tus escapadas se ajustan, comienzas a pasarlo bien sin que la resaca te impida moverte al día siguiente, a menos claro, que todo coincida y estés con tiempo… y créeme, coincidirá. Yo tenía almacenadas muchas horas de carrete, de conversaciones, de baile y filosofía, de experimentar sensaciones y experiencias. Estas fueron mi dínamo para lograrlo, porque contra todos los pronósticos ¡Sí se puede!