Aunque no sea un tendencia con gran notoriedad en regiones, Chile es un país al cual muchos extranjeros deciden mudarse. Haitianos, colombianos, peruanos, chinos, franceses, españoles, estadounidenses; personas de todo el mundo, han llegado de paso o a vivir definitivamente en nuestra larga y angosta franja.
Cuando me mudé a Santiago sabía que me iba a pillar con personas de todos colores (y de otras regiones también); sin embargo, jamás pensé que iba a lograr a establecer una amistad tan rápido con alguien que venía desde otro continente.
Catalina llegó a mi universidad (una de las más cuicas del país), luego de que en la suya le ofrecieran un intercambio por un semestre a uno de los centros educativos más "diversos" y "característicos" de Chile. Apenas pisó este platel ubicado en Las Condes (Santiago), se percató que las imágenes sobre "chilenos" que había googleado no se parecían tanto a las personas que estudiaban allí.
Me crucé con esta chica española de ojos azules y acento apresurado en una clase de fotografía. Las dos íbamos tarde y no sabíamos en que sala nos tocaba. Por esas casualidades de la vida, ambas habíamos llegado casi 6 horas antes y no teníamos nada que hacer hasta entonces.
Llegada a finales de febrero desde Badajoz (ciudad ubicada en Extremadura), Catalina me contó lo extraño que le parecía el "timbre" chileno y lo confusa que eran las palabras. Gran parte de nuestras primeras conversaciones se interrumpían por un "¿qué dijiste?" y una breve descripción que nos mataba de la risa. Cata también me señaló que la gente le parecía muy amable y que todo el mundo le prestaba atención.
Ella estudiaba (ya egresó) Comunicación Audiovisual en su país, no obstante cuando llegó a Chile todos sus ramos los convalidaron con Periodismo y Publicidad. Lo llamativo de Cata como alumna, es que era muy aplicada. Prefería quedarse estudiando en vez de salir (aunque fuese viernes) y cuando sacaba una "mala" nota, iba a reclamar y a preguntar en qué falló. Desconozco si la cultura europea es así o ella era matea; sin embargo, siempre destacó por su inteligencia académica.
Otra cosa que me llamaba la atención de ella era su carácter: no era vergonzosa y tenía una especie de "don de la palabra" que le hacía destacar en el lugar que estuviese. No obstante era una mujer muy -extremadamente- sencilla, y no se fijaba en banalidades que conformaran la apariencia: "algo que los chilenos sí hacen mucho", me comentaba.
Lo peor y lo mejor
Cata estuvo alrededor de seis meses en Chile. Se ganó una beca Santander de intercambio que incluía dinero para vivir y la convalidación de ramos. Según me contó, le gustó el trato de los chilenos con los que se relacionaba (aunque la "joteaban" demasiado) y el interés por ayudarla. La ciudad en la que vive no es muy grande, razón por la que Santiago le pareció genial. También aprovechó de recorrer Tierra del Fuego y San Pedro de Atacama; lugares que fascinaron a ella y a su lente fotográfico.
Sin embargo, el poco tiempo libre que le dejaron los estudios muchas veces la estresaba: "¡qué ganas de venir como turista y no como estudiante", me decía siempre. Algo que sorprendió a Cata -no muy gratamente- fue la cantidad de "cosas" que le gritaban en la calle. En España no suele pasar.
Como en cualquier viaje, Catalina rescató lo bonito su experiencia en el país, su balance dio positivo y se fue con sentimientos encontrados a Badajoz: "Por una parte, estoy emocionada de ver a mi madre; pero por otra, extrañaré Chile", decía.
Aún somos amigas con Cata, pero de vernos todas las semanas pasamos a hablarnos cada ciertos días por Facebook. Espero que algún día vuelva: está dentro de sus planes.