Dejar tu casa nunca es fácil; menos aún cuando eso significa tener que irte a vivir a otra ciudad, que nada tiene que ver con tu realidad.
Adicionalmente, si no tienes la suerte de vivir con algún familiar, es probable que te toque vivir en una pensión.
Como magallánicos viviendo en Santiago, son muchas las cosas que extrañamos de nuestras tierras (que de seguro los santiaguinos estudiando en otras provincias, también entenderán).
1. Las distancias cortas.
O, más que cortas, las distancias caminables.
Básicamente, al llegar a Santiago y no conocer muy bien las distancias, es probable que te quedes dormido y te toque correr en al menos una ocasión.
No como en Punta Arenas, donde, si te atrasas, un colectivo te deja a donde quieras ir en 2.3 minutos.
2. La nieve.
Ok, admitiré que esto es un poco retro, porque cada vez nieva menos; pero es algo que en Santiago no pasa.
Y claro, los santiaguinos se esmeran en decir que un par de gotitas de escarcha son nieve; pero no, señores. Por favor, no comparemos.
3. El Kiosko Roca.
Aun si no eras muy asiduo a la mejor picada de Chile (True Story), resulta inevitable extralñar los choripanes con mayo casera, y la leche con plátano; sentado en un taburete estrecho, apoyado en mostrador de plástico, rodeado de memorabilia de la U de Chile.
De hecho, de sólo pensarlo quiero estar allá.
4. La forma de hablar.
Esto es algo de lo que uno se da cuenta: cuando recién llega a Santiago (y usas palabras que no mucha gente entiende); y cuando vuelves a tu casa, y te das cuenta de que volviste a hablar como lo hacías antes.
5. Sentirnos seguros.
Ok, tal vez esta sólo sea yo; pero en casi 11 años me han robado ya 10 veces, dos de esas con violencia.
Y no, no crean que me fui a meter a una comuna peligrosa; fue en pleno Providencia, frente a un mall, a la una de la tarde.
Y obvio, lo primero que pensé fue: en mi casa esto no habría pasado.
6. El frío.
Esto puede parecer obvio, pero antes déjenme aclarar algo: nosotros no estamos a costumbrados "al frío", estamos acostumbrados a "sentir frío".
Y es un frío que nada tiene que ver con el de Santiago.
Nuestro frío es diferente, más seco (por el viento), y más fácil de tolerar (ver siguiente punto).
7. Calor adentro y frío afuera.
Algo que aún no logro concebir después de una década en la capital, es la falta de calor dentro del hogar.
Claro, se entiende que en verano el calor no deja dormir y es realmente insoportable y te deja de pésimo humor (o tal vez sea sólo yo); pero se me hace increíble que en invierno haga frío tanto afuera como adentro.
¡Calefacción central, gente! ¡Tener que usar abrigo y bufanda adentro de la casa, NO es normal!
8. El mar.
Después de varios años, de verdad empiezas a sentir que vives en un hoyo (aceptémoslo, Santiago, siendo un valle, es un hoyo); y la cosa se pone medio claustrofóbica.
El mar, finalmente, es lo que da la idea de amplitud.
Y no, no lo digo porque extrañemos lanzarnos al Estrecho (a menos que sea el anual Estrechazo), lo digo porque no ver el mar, da sensación de encierro.
9. El silencio.
SI hay algo que cambia y mucho, es el ruido que se escucha.
En Santiago, salvo que vivas en una calle chica y lejos de las principales, es muy probable que puedas escuchar autos, carretes, choques, ambulancias y demases.
Suerte intentando dormir.
10. El viento.
Una de las cosas que más falta hace, es el viento.
Y no me refiero a esa brisa que apenas hace que los árboles se muevan.
Me refiero a ese viento que te hace desear no haber ido a la peluquería; el que te recibe cuando sales del aeropuerto; el que hace que todo se te vuele.
(Ahhh, nostalgia)
11. Los chocolates Norweisser.
Parecido al Kiosko Roca, son un infaltable; y aún si en general no ibas mucho cuando vivías en la región, se extraña la posibilidad de ir y sentir ese olor a chocolate tan intenso, que marea.
12. La amabilidad.
Y aquí, hasta los santiaguinos están de acuerdo.
Una de las primeras cosas que me dice la gente en Santiago cuando me conoce es "tú no eres de aquí ¿cierto? eres demasiado simpática"
A esto sólo tengo que decir lo siguiente: Sí, somos más amables; probablemente porque no desconfiamos tanto de la gente ni vamos siempre apurados.
Y, si saben que son desagradables, ¡Cambien!
NO digo que tengan que ser personas totalmente diferentes, pero ¿qué les cuesta darse el tiempo de dar direcciones, si pueden? ¿O dar la hora si les preguntan?
No cuesta nada ser educado y amable.
Y ahí lo tienen: algunos motivos por los que la región de Magallanes siempre será la número uno para nosotros.