Los crímenes perfectos y los asesinos encubiertos han captado la atención de la opinión pública desde siempre. Ese es el caso del famoso "Crimen de Becker", acontecido en 1909, en donde un dentista logró evitar que la credibilidad de nuestro país se fuera a pique, además de conseguir que se construyera la primera facultad de odontología del país.
Un importante político casi se convierte en un asesino perfecto, específicamente quien fuera el canciller de Alemania en Chile a principios del siglo XX, Guillermo Becker Trambauer. El incendio de la sede diplomática de Alemania, en la década del 900, remeció al país ya que fue encontrado un cuerpo que portaba el anillo de matrimonio, el reloj y las colleras de Becker, por lo cual se presumió que era él quien había fallecido; posiblemente víctima de algún atentado.
El sospechoso más potente de este asesinato en contra del canciller alemán fue Ezequiel Tapia, quien cumplía el rol de portero en la cancillería. Se presumió su culpabilidad ya que él desapareció y también la cantidad de 27 mil pesos (dinero con el cual, en esa época, alcanzaba para comprarse una mansión en Viña y sobraban 10 mil pesos) que habían sido robados de la caja de fondos de la Legación.
Supuestamente, Guillermo Becker fue víctima de reiteradas amenazas de muerte a través de cartas enviadas de manera anónima. En dichos escritos se le exigía poner fin a una demanda que la legislación germana había interpuesto en contra de algunos campesinos de Caleu, acusados de haber agredido a turistas alemanes. El día posterior al asesinato de Becker, el Ministro de Alemania en Chile, barón Hans Bodmann, también recibió un texto de este tipo.
El entonces presidente de Chile, Pedro Montt, pasó por complejos momentos debido al crimen, ya que el mismísimo Kaiser de Alemania, Guillermo II, responsabilizaba a Montt culpando al gobierno de negligencia por no haber protegido la integridad de Becker. Un joyero llamado Otto Izacovich, se presentó de manera voluntaria a hablar con el juez que llevaba el sumario, para contarle que había visto al supuesto difunto vivito y coleando en el Portal Edwards, e incluso lo había saludado porque eran conocidos. Sin embargo, Becker le respondió que no lo conocía. Paralelamente, las autopsias realizadas al cadáver no lograban confirmar la identidad de Guillermo Becker Trambauer.
El testimonio del joyero no fue considerado válido, mientras la tensión entre Chile y Alemanía seguía creciendo. Sin embargo, como todas las historias de crímenes tienen giros inesperados y, al encontrarse frente a un puzle policial, el juez designado por Pedro Montt encargó realizar nuevas pericias al cuerpo de Becker, al doctor Germán Valenzuela Basterrica, quien dirigía la escuela de dentistas.
Luego de realizados los procedimientos correspondientes, se llegó a la conclusión de que el difunto no era el canciller de Alemania en Chile, sino que el humilde portero que había sido acusado de robo, Ezequiel Tapia. Los resultados fueron corroborados por la misma viuda, quien aseguró que su esposo poseía una dentadura casi perfecta, igual que la que se encontró en el cadáver examinado.
En dicho giro policial, la víctima pasó a ser victimario y Guillermo Becker Trambauer se convirtió en prófugo de la justicia. Finalmente, fue capturado en Raihue en donde pretendía escapar a Argentina. La motivación de Becker fue el encontrarse superado por las deudas, por lo cual ideó robar el patrimonio monetario presente en la cancillería y matar al portero, para hacer pasar el cuerpo de éste por el suyo.
Aunque el abogado de Becker apeló a todos los recursos posibles para salvarle la vida, en 1910 se cerró el capítulo del crimen casi perfecto que aconteció en Chile, cuando Guillermo Becker fue fusilado. Alemania debió enviar disculpas diplomáticas, por tratar al gobierno chileno (de manera implícita) de incompetente y felicitó al gobierno por la certera técnica que fue utilizada para resolver este misterio.
Tras esto, Pedro Montt decidió premiar el aporte realizado por el doctor Valenzuela, pues evitó que Chile pasara a ser una vergüenza internacional, limpió el honor del portero asesinado y de paso, la del Presidente de la República. Haciendo uso de esta recompensa, que consistía en pedir lo que quisiera, Valenzuela solicitó al Gobierno la construcción de una escuela dental moderna, que sin duda era necesaria luego de resolver un asesinato gracias a la odontología.
El año 1911, se inauguró el edificio ubicado en Avenida Santa María (comuna de Recoleta), bajo el gobierno de Ramón Barros Luco. En 1923, luego de un decreto legal, fue bautizada como “Escuela Dental Germán Valenzuela Basterrica”, nombre que aún conserva la institución. En 1945, se instala definitivamente la facultad de odontología de la Universidad de Chile en el recinto y el año 2007, se traslada a la comuna de Independencia.