¡Porque sí! No hay nada más terrible que morirse de hambre. Lo peor es cuando en tu “U” el único negocio cercano queda a mil kilómetros de la facultad y en los 10 minutos de break nunca jamás alcanzarías a comprar nada. Allí es donde aparecía nuestro ángel guardián el Manuel o más bien su mamá, porque ella era la mano de monja que preparaba tan exquisitos manjares.
Todos los días el Manu nos sorprendía con una delicia distinta. Vendía queques de chocolate, kutchen de manzanas, sándwich ave pimentón y unos jugos naturales mortales. Los días viernes se lucía con hamburguesas de soya o con arrollados primavera y hasta sushi.
Él era super emprendedor, siempre estaba haciendo algún tipo de negocio para ganar un par de lukas, me acuerdo un invierno nos tenía a todos uniformados con los gorros de lana y bufandas que hacía también su mamá. Era re buena persona la verdad, porque si no teníamos ni uno, no tenía problemas en fiarnos con tal de que no pasáramos hambre. ¡Nos tenía gorditos! Los profes incluso muchas veces lo buscaban por toda la universidad con tal de rescatarse algo de comer y en una ocasión, hasta logramos sobornar a un profesor para que nos cambiara la fecha de una cátedra con una bandeja de 12 california rolls.
¡Así de buen compañero era además! Sacrificaba parte de su fuente laboral por un bien común, por nosotros. Eso extraño del período de estudiantil, las infaltables recetas del Manu y las apuestas diarias por adivinar el menú del día. Ahora en la actualidad, sumergida en el mundo laboral, los únicos manjares conocidos son las tazas de café y un desabrido aliado jamón queso.
¿Y tu compañero comerciante qué vendía?
Imagen CC Jiuck