Estaba muy nerviosa cuando llegué a trabajar al diario. Para mí, era toda una aventura ver esta especie de panal, donde todos circulaban de un lado para el otro, mientras se escuchaba el murmullo de las conversaciones y los teclados que parecían volar.
Ahí, sentada en mi cubículo miraba a mis compañeros esperando que me designaran una tarea. De pronto, llega mi editor. Un tipo joven, de estatura media, de aspecto tímido (se parecía a Harry Potter), con una voz profunda y masculina, que nada tenía que ver con su aspecto.
- ¿Te contaron lo que tenemos que hacer? Voy a andar contigo esta semana, mientras aprendes cómo funciona todo. Hoy vamos a escribir acerca de una exposición de Rodin.
Me levanté como si me hubieran empujado y partí con él y con el fotógrafo a la exposición.
Mientras caminábamos entre las esculturas, él me iba contando las historias que encerraban cada obra. Su cultura y su modo tan sin pose, me fueron encantando día a día. Iba a trabajar tan contenta que todos creían que ganaba un dineral (nada más lejos de la realidad).
La semana pasó volando, pero cada vez que nos encontrábamos en los pasillos parábamos a hablar de lo que fuera y tratábamos de coincidir a la hora de almuerzo sólo para estar juntos.
Las miradas iban y venían y todos nos molestaban en la oficina; pero su aspecto casi infantil, me hacía sentir que darle un beso era casi una "profanación". Sorpresa la mía, cuando un día me invitó al cine a ver una de esas películas difíciles. No entendí nada de lo que pasaba en la trama. Lo miraba de reojo y ponía cara de seria para que pensara que estaba analizando la deeeeeensa historia. Fueron las 2 horas más largas de la vida.
Cuando salimos del cine le dije "hace frío", esperando que me abrazara, pero él me dijo "cierto, vamos a tomar un café". ¡¡¡¡Ahhhhhhhh!!!!, me dio tanta rabia. Él no entendía los mensajes o simplemente no le gustaba. Así es que me di por vencida, me tomé el café y le dije que me iba. Era su última oportunidad, o eso creía.
A la mañana siguiente, nos encontramos en la puerta del diario. Cuando le dije "Hola", simplemente me tomó y me dio un beso. Ahí me di cuenta que de niñito no tenía nada. Me dio el beso con tantas ganas que lo miré muda.
Caminamos sin hablar. Anduve como robot todo el día. Cuando salimos, me buscó y comenzamos una relación que creíamos que era secreta. Nos mirábamos con una complicidad que para los demás era graciosa, ya que el típico copuchento de la oficina, había sido testigo del beso fuera del diario y se lo había dicho a todo el mundo.
El 14 de febrero de ese año, nuestros compañeros de trabajo nos tenían preparado algo... cuando llegué a mi cubículo, ¡lo tenían lleno de fotos nuestras!, los reporteros gráficos, se habían encargado de registrarnos en distintos momentos, esos mismos que pensábamos que nadia nos veía. Todo, lo que nosotros pensábamos que había pasado oculto entre los pasillos del diario, almuerzos o entrevistas, todo estaba ahí.
Cuando él me llegó a buscar, me miró y quedó igual que yo. Nos dedicábamos a escribir, pero nos habían dejado sin palabras.