Y digo suculento, porque en mi trabajo realmente éste valía la pena. El año anterior fue de $120.000 y yo aún no llevando ni un año acá, sabía que algo de la tajada me tenía que tocar. Me acuerdo que con el paso de los días la incertidumbre era mayor y pensaba me darán unas 40 luquitas por lo menos ¿o más?
Además del regalito en plata, teníamos una fiesta de navidad y una caja de mercadería para cada uno. Lo encontraba genial, ya que en todas mis experiencias anteriores de trabajo, o nos daban $30.000, un pan de pascua y una botella de Cola de Mono o salíamos a cenar. Entonces era una gran novedad para mí, haberme integrado a una empresa tan generosa y preocupada por su personal.
Llegó el día 15 de diciembre y partimos a las 08:00 hrs. a la fiesta de Navidad a un recinto recreacional asociado a la compañía. Allí nos esperaba una cena espectacular y lo mejor, un sobre que decía el monto del aguinaldo acompañado de una tarjeta de buenos deseos.
Cuando tomé mi sobre, enfoqué todos mis pensamientos en pensar en $40.000 ya que con eso ya sería enormemente feliz. Mis compañeros abrieron sus sobres y por la antigüedad que tenía su tarjeta decía $120.000.
Estoy leyendo la mía y la sorpresa fue mayor: “Feliz Navidad y que este presente navideño sea de gran ayuda”… ¿De cuánto fue la ayuda pensarán? ¡De nada menos que $80.000! Recuerdo que ese incentivo de pascua fue uno de los que más he aprovechado y compartí en familia.
Imagen CC Jaime Santoyo