Todo comenzó cuando empecé a hacer horas extras en la oficina. Todos mis compañeros de trabajo se marchan a eso de las 18 hrs. y yo siempre me quedaba en el edificio hasta pasadas las 22:00. Soy soltero por lo tanto no me preocupa mucho tener que rendir horarios y esas cosas. Todo era por un sueño: lograr el pie para ese vehículo que vi en la automotora y que me tenía trastornado. Nunca me había preocupado de quién o quiénes se quedaban en la noche pues llevaba tres años trabajando en la empresa y saliendo siempre a la misma hora por lo que conocer a nocheros o guardias era algo poco usual. Sin embargo, cuando comencé a quedarme extrañamente aparecía una persona de edad que justo al terminar mis horas extras me recibía en la puerta del ascensor y habría gentilmente la puerta de salida. Créanme, ese trayecto desde el piso nueve hasta el primer piso era de un silencio que calmaba hasta a la persona más alterada. No me hablaba pues se veía concentrado en su trabajo.
Fueron tres meses los cuales estuve realizando horas extras. Tres meses en los cuales comencé a adquirir cierta simpatía por este señor que en silencio subía hasta mi piso para luego acompañarme hasta el primer piso. Se veía cansado pero siempre sonriente, nunca una mueca de dolor, nunca un sentimiento de odio o de resignación. Simplemente hacía su trabajo y se retiraba hacia el sector del nochero. Pero mi percepción de este ser cambió radicalmente cuando en una ocasión se me olvidaron las llaves de mi casa en el escritorio. No había caminado una cuadra cuando me tuve que devolver y al momento de tocar la puerta para que este señor me abriera apareció otra persona. Me extrañó pero dentro de la lógica lo entendí. Subí rápidamente a buscar mis llaves y otra vez apareció este señor. Hay un lapso entre el ascensor y la oficina de mas o menos 30 segundos para llegar a la oficina y este señor estaba ya esperándome. "¡Qué curioso!", pensé. "¿Cómo es que una persona de esa edad puede subir tan rápido por las escaleras entendiendo que hay solamente un ascensor en el edificio?". Tragué saliva y pronto comencé a sentir un frío muy completamente diferente de las veces anteriores donde solo había paz y calor. El señor me estaba esperando y en mi desesperación le mencioné que no iba a tomar el ascensor y que solamente bajaría a pie.
Y así, sin que lo llamaran, volvió a desaparecer. Traspiré helado.
Bajé las escaleras de manera rápida sin darme cuenta que había un pilar un poco más bajo y me golpeé la cabeza cayendo inconsciente. Al despertar estaba el nochero que me abrió la puerta y me preguntó cómo fue que me había pegado. Le dije sobre el viejito y quien se puso helado fue él. Se notaba en su rostro y me contó la historia de Carlos. Fue un nochero que trabajó mucho tiempo afuera del edificio como lustrabotas. El administrador le dio esta pega a él cuando se casó joven y toda su familia trabajó aquí. Pero un día, una persona mala se fijó en la hija, la durmió con cloroformo y en la sala de máquinas la ultrajó para luego matarla colgándola desde el tubo de los cables del ascensor. Se volvió loco - me decía - y prometió venganza, pero nunca perdió su sonrisa, nunca perdió la amabilidad en el trato. Un día llegaron sospechas de que el mismo tipo estaba en el edificio y al encontrarlo en la misma situación que con su hija pero con otra persona lo tomó y lo asfixió. Abrió las pesadas puertas del piso del ascensor, lo puso encima de la estructura y lo colgó del contrapeso. Pero algo salió mal: había una poza de aceite en el techo y se resbaló. Nosotros escuchamos el golpe en el -1 y cuando llegamos estaba irreconocible salvo una mueca: una sonrisa que contrastaba con la sangre que tenía el cuerpo.
Quedé impactado y al pararme de ese lugar, prometí no hacer más horas extras. Eso sí, al día siguiente dejé una flor en el lugar donde, por tres meses, me esperaba amablemente con una sonrisa en los labios.