Beatriz Rojas trabaja hace cuatro años de los seis que lleva la empresa en funcionamiento. Se ganó el cariño y confianza de la jefa, y sus labores van más allá de recibir la correspondencia o preparar la sala de reuniones: la he visto hasta consolar a mis compañeras de trabajo.
La semana pasada partió todo, cuando notamos que su semblante cambió y que cojeaba levemente. “Debes tener algo en el pie. Déjame ver”, le dijo mi compañera de labores. El veredicto fue “ese dedo está pa’ podóloga” y la verdad es que tenía el dedo como rábano.
Le dieron unos datos, bromearon por aquí por allá, y la jefa le dijo a la Bea que no se preocupara y que fuera ese mismo día para que la atendieran. Pero no era cualquier problema, tuvieron que sacarle la uña. Normalmente estas cosas no son como para que alguien se ausente tanto, pero en un arranque de compasión la mandamás de la oficina le dio una semana a la querida y esencial Bea.
Su ausencia se notó el primer día cuando llegamos y todo estaba cerrado: Bea abría la oficina, y las otras llaves las tenía, supuestamente, la jefa. Ese fue el primer cacho que tuvimos que solucionar ‘solos’.
Cinco días en total, sólo eso, pero fue bien parecido a cuando una mamá se enferma y el papá tiene que hacerse cargo de todo. Desastre. Nos sentíamos inútiles, no encontrábamos las cosas que necesitábamos, no sabíamos dónde estaban las galletitas ni los trescientos tipos de té que tiene la Bea. Yo, por ejemplo, ni siquiera me sabía la dirección exacta de la oficina.
El jueves, cuando recién empezábamos a sentirnos más seguros, la jefa abrió la puerta y no sé qué mala maniobra hizo que la alarma empezó a sonar con tanta estridencia que desde las otras oficinas salieron a mirar. Y (sorpresa, sorpresa) la Bea era la única que se sabía la clave/código del asuntito de la alarma.
Su regreso fue celebrado con torta, y no es broma. Adornamos la sala de reuniones, compramos globos y unas letras de ‘Bienvenida’.
La Bea es nuestros ojos, nuestra agenda… nuestra propia Carta Gantt, y se lo hicimos saber. Ella sonrió mucho, recibió los abrazos, y hasta bromeó preguntando si le darían un aumento. La jefa dijo que sí, y le regaló un set de podología.