Si en la media eramos flacos y "saludables", esto por alguna razón se fue al carajo cuando entramos a la U. Al ya no estar presentes los cariños de mamá, nos convertimos en expertos en dietas que básicamente giran entre las fritangas, la comida rápida y el power trío conformado por el arroz, los tallarines y el puré.
Las largas horas de estudio junto con el tiempo que te pisa los talones ha hecho que vayamos escogiendo otras alternativas para alimentarnos. Completos, churrascos y lomitos en todas sus variedades, fritangas en todas sus formas y sándwiches de variados estilos comienzan a saciar nuestra hambre compulsiva -a veces nerviosa- y debemos llenarnos con algo. Olvídate de las frutas pues no te acordarás de ellas, y de los lácteos pues sólo los verás en el desayuno. Ahora reina un pan con queso o con cecina en las mañanas con una taza de café.
El peso también aumenta con las bebidas alcohólicas: destilados y fermentados se apoderan de nuestra vida social desde el jueves en adelante y continúa el fin de semana. Junto con ello también va de la mano un asado que siempre sale y al cual es imposible de faltar. Después de eso hay una delgada línea entre esto y la comida china, las pizzas y el sushi de cuneta. Lo básico y lo rápido de almorzar significará que nos llenemos de carbohidratos y de almidón (fideos, arroz y papas), que siempre se acompañe con una hamburguesa o vienesas, y desaparecerían en la inmediatez las ensaladas pues pagaste el noviciado de llevarlas y que estas mojaran tus cuadernos y fotocopias, más cuando fue un tomate y te quedó la mochila pasada a ensalada por una semana.
Si aumentamos de peso, se nos coloca esa llanta en el pantalón que tratamos de disimular y no somos capaces. Algunos más cínicos beben agua como si con eso lograran mitigar su culpa pero es imposible, subir de peso en la universidad es una norma. ¿Se puede romper? Claro que sí, dejando de comer esas cosas ricas que antes mencionamos y distribuyendo los alimentos en proporciones. Aunque la fuerza de voluntad está, reconozcamos que es demasiado fácil sucumbir al delicioso sabor de la chatarra y sus derivados.
¿Te ha pasado? Cuéntanos tu experiencia.
Imagen CC Dan Perry