Quién fuera cristiano para pagarle una manda a estos santos universitarios, estos cerebritos sacrificados, caritativos, que por el puro desinterés y la buena onda gustan regalarnos su esfuerzo, todo su conocimiento adquirido durante horas y horas de clases. Qué sería de nosotros, los porfiados flojos de siempre, que bajo la patética excusa de: es que no entiendo lo que dice al profe, es que habla muy rápido, es que no me deja grabar en clases, soltamos el lápiz, a la cómoda espera del milagro, la maravilla de notas copiadas (bendito BENDITO resumen de cuaderno) que nos guarda el compañero tela de siempre, ese que sin falta, sin pedir nada a cambio, sube su resumen justo unos días antes de la prueba.
Nada que ver con aquel compañero indiferente que no comparte con el grupo, o aquellos dicharacheros -con caña, posiblemente- que se ríen al final de la sala. Estos intelectuales con fama de bonachones(as) buscan un asiento de primera fila, casi al lado del escritorio del profesor, como a la espera constante de cualquier palabra, cualquier dato, cualquier significado de importancia, para (en silencio) como con respeto absoluto a las palabras magnánimas del catedrático, pasar en limpio todos sus dichos. Qué sería de nosotros, escorias estudiantiles, si no fuera por estos mateos amistosos que por el sólo hecho –y buen corazón- de querer seguir siendo eso “un buen amigo” nos calman la vena, guiñando un ojo y diciendo: tranquilo, yo subo la materia al face.
Común para todos es el uso de redes sociales para tales dilemas, armar un grupo temático, invitar gente, otro clic y listo, problema resuelto, organicémonos para el estudio comunitario. El verdadero problema surge con la pregunta: ¿Y quién tiene toda la materia?, ¿alguien fue ese día a clases?, ¿quién tiene la X pregunta? Infaltable ese único mensaje -con mil “me gusta”- que responde: yo chicos, yo lo tengo todo, adjunto la info, saludos. Como no iba a ser así, si su especie responde a instintos ajenos a la flora y fauna que conocemos, un afán caritativo a prueba de cualquier ego. Orgulloso, el santo puede (por si fuera poco) enrostrarnos su 100% de asistencia a clases -superando, con creces, el porcentaje mínimo requerido para pasar de curso. Con razón además, podrá jactarse, antes de rendir los exámenes finales, de su conocimiento -repasado y memorizado esa misma noche- producto de las horas y horas de estudio realizadas para reforzar ese arduo trabajo de escriba. Suerte la de aquellos responsables, te dices, aquellos que se merecen estar seguros, tranquilos de su expertiz.
La sorpresa se hace mayúscula, inmensa, al escuchar -contra todo pronóstico- que el mismo genio al que todos aman y respetan... reprobó el ramo (sí, es cierto) ¡pero como no le alcanzó para pasar!, te preguntas, es que se lo echó no más, ni para el examen de repetición le alcanzó, te cuentan, así como sin nada, sin apelaciones, sin pena ni gloria. Es aquí cuando la culpa nos invade. Si no fuera por mi compadre, mi comadre, yo no hubiera visto una, si no retuve nada en las exposiciones, pero cómo, qué injusto todo, como no me pidió ayuda. Tantas cosas nos decimos, con la risa maléfica escondida, apretada en nuestro estómago, satisfechos de habernos salvado por un pelo de reprobar el año. No te preocupes, yo te ayudo el próximo semestre, el próximo año yo te apaño le comentamos al compañero tela que las cachaba todas, hace unos cuantos días, y que ahora nos mira con cara de pena y un dejo de envidia justificada. Si no fuera por mí parece decirnos, con ojos de hush puppie.
Imagen Know Your Meme