Y tu jefe estaba ahí, respirando en tu cuello.
Hoy la situación es diferente, la pega desde la casa llegó para quedarse y no es tan difícil lograr un acuerdo para conectarse a la oficina desde la comodidad del hogar. Tal vez el problema de esta forma de trabajo sea su baja remuneración, pero eso da para otro tema. Ni hablar de cómo se ha ido desplazando la relación trabajador/empleador por la de un “vendedor de servicios”. Son cosas que esta generación de “colaboradores externos” estamos viendo cómo se desarrolla.
La verdad es que esta vuelta que me di era para introducirlos en una categoría nueva de jefe: el virtual. Sí, en la actualidad es bastante probable contar con un jefe con el que sólo tienes un contacto virtual, al que le conoces apenas su correo y su forma de expresarse en los mails y chats.
Eso es lo que me ocurre en la actualidad. Aunque a mi jefe virtual lo prefiero así, como una interminable cadena de códigos binarios y no como una persona de carne y hueso con la que debiera interactuar.
Trabajo de forma freelancer para una agencia digital, específicamente en el área de marketing. Ha pasado un poco más de un año y mi relación laboral (o comercial) con mis empleadores se inició cuando les mandé unos textos para postular a su oferta de trabajo. En realidad los contenidos que envíe importaban poco, querían que alguien se encargara de los envíos de correos, así que unos días después me respondieron diciendo que me harían una inducción vía Skype, donde de paso, mi jefe me explicarían cómo era la forma en que tenía que cargar mails para unos autoresponders. Esa fue una de las tres veces que he visto a mi actual jefe, Miguel, a quien sólo lo conozco a través del computador. En realidad leo sus oraciones en el chat y un par de veces lo he escuchado en una videoconferencia.
Con Miguel iniciamos nuestra relación laboral con un trato bien distendido por chat: se nos escapan algunos garabatos y, de cuando en cuando, pelamos a los “gringos” que inventaron este modelo de negocio por estos lares y del cual somos, los dos, sus “obreros digitales”, como a él le gusta llamarnos.
Sin embargo y a pesar de ese tono distendido por chat, el estilo de conversación por correo siempre fue muy diferente: ocupábamos (y ocupamos) una comunicación distante y, generalmente, correos muy sintéticos con saludos y despedidas hechas. En cambio, por chat teníamos una cercanía, aunque estoy seguro de que si lo conociera en persona no podría ser mi amigo.
Sí, y no es que tenga algún rollo con ser amigo del jefe, menos en este caso. La verdad es que a través de esta relación digital he logrado conocer ciertos consumos culturales que nos ponen a años luz de ser amigos en el “mundo real”. La primera vez que tuve esa sensación fue cuando me preguntó si me podía mostrar algo. Sí, dale le dije y, sobre la misma, me envío un link de un video donde él aporreaba una guitarra y destrozaba un micrófono con su voz, en una versión decadente de nueva trova. Simplemente horrible.
“¿Te gustó?, es una canción que subí para reconciliarme con mi novia”. En ese instante yo no quería más información y con un “sí, ta’ buena” tuve que cortar la conversación y mentir descaradamente sobre la calidad musical de mi jefe.
Sin embargo, la última vez que sentí esa tirantez con él fue la que me convenció de que no quería conocerlo. Miguel otra vez quería mi opinión sobre su relación sentimental. Me parecía raro, incluso chocante, que alguien ventilara su vida amorosa con un completo desconocido. Pero bueno, al parecer a Miguel le daba lo mismo.
Cuento corto, mi jefe se extendió durante largos párrafos en el chat sobre lo “enamorado” que estaba. A mí poco me importaba. “La quiero sorprender con un regalo”, me dijo seguido de una carita de entusiasmo.
“Yaaaa…”, fue mi respuesta que pedía a gritos (silenciosos) que no siguiera, pero él no se dio por aludido y lanzó una pregunta que terminó por ponerle candado a las más mínima posibilidad de compartir alguna cerveza en el marco de una salida de compañeros de trabajo.
“Sabes y por eso te pregunto tu opinión: ¿le regalo un fin de semana en El Quisco o los zapatos que me posteó en Facebook?”, escribió.
Ese fue un punto de inflexión. Le respondí algo como que no era prudente que le contara a cualquiera. Él me dijo que sí me conocía y yo rebatí diciendo que ni siquiera nos habíamos visto en persona.
“Ahhhh, Ok” y no volvió más a hablar del tema.
Desde esa conversación han pasado un par de meses, ahora cada vez que veo el botón verde de Miguel en el chat, me da un poco de temor y parece que él lo entendió así también, porque ahora poco me escribe y ese tono distante e impersonal que ocupábamos por mail comenzó a colarse en nuestras conversaciones, que terminan generalmente con un “Saludos Cordiales” o un “Atento a tu respuesta”.