Yo estaba soltera desde hace 2 años y con cero creencias en el amor, hasta que lo conocí a él. No era mino, ni simpático ni encantador. Más bien, tenía una personalidad un tanto desagradable y era bastante arisco al momento de querer entablar una conversación.
Su onda y estilo, me llamó la atención. Era su vestimenta y actitud perfecta para mí. Con el tiempo descubrí que nos justaba la misma música y por allí, comenzamos a hablar un poco más. Toda la jornada laboral era perfecta y el día se me hacía demasiado corto. Conversábamos por Talk horas de horas y sin darnos cuenta, nos empezamos a conocer más.
Nuestra primera salida fue a un bar universitario de mala muerte, una tarde después del paseo de oficina. Nos tomamos un par de cervezas y la química fluyó por el aire. No pasó nada entre nosotros ahí. Cuando nos volvimos a ver el lunes en el trabajo todo fue extraño, ni siquiera nos atrevimos a cruzar miradas. ¿Por qué? Porque él era bastante extraño y a veces la comunicación era tan fluida y en otra, un trámite demasiado complicado.
A esta altura, todos nuestros compañeros de trabajo nos miraban extraño. Nos molestaban cada vez que podían y nosotros no atinábamos a decir nada. Así fue que una tarde de verano, mientras nos preparábamos una taza de café y sin importarme nada, me lancé sobre él y lo besé. Rápidamente me abrazó y me correspondió el beso. Como niños chicos nos quedamos mirando y nos separamos velozmente. Así estuvimos sin ponerle nombre a lo nuestro por varios meses, hasta que una tarde a la salida del trabajo, dos mujeres bastante agresivas se abalanzaron sobre y dijeron: “Deja a mi pololo en paz” y ¿qué creen ustedes? Me estaba enterando mientras me zamarreaban entera de un lado al otro, que el perla de mi compañero tenía polola hace 2 años y la mujercilla además estaba embarazaba de 2 meses.
¿El final de la historia? ¡El amorío fue un desastre! y me cambié a la primera pega que pude en un par de meses después…