A los pocos días de mi debut en el lustroso cargo de asistente de tienda en una empresa de arriendo de películas, a este tipo lo trajeron desde Santiago para poner orden en aquella solitaria sucursal de provincia minera, que llevaba varias semanas acéfala.
Es cierto que todos hemos tenido un jefe pintoresco (a falta de un mejor adjetivo), pero creo que el mío era una condensación de varios estereotipos:
- Manejaba anglicismos técnicos rimbombantes como visual (pronúnciese "vishual"), paralleling (alinear las películas en los estantes para que se vieran bonitas) o winner (él mismo, de acuerdo a todos sus relatos autorreferentes), pero su dominio del idioma materno escrito le hacía sangrar los ojos a cualquiera.
- Su mantra era "peso ahorrado, pesado ganado". Cuando se le olvidaba entregarme las llaves en su día libre, me pedía que lo esperara en el semáforo de la esquina. Luego, me llamaba desde el celular cuando iba a llegando para poder lanzármelas sin tener que bajarse de la micro en su camino al gimnasio.
- Era un tributo viviente a Michael Jackson. Le llevaba la calceta blanca con el pantalón a 5 centímetros del tobillo y todo el cuento. Y ojo, que Michael aún estaba vivo.
- Se la jugaba por la empresa y accedió a venir al norte para hacerse cargo de la jefatura, a pesar de que "le hacía muy mal la altura". Vivía mareado y con dolor de cabeza. Claro que nadie jamás entendió por qué, si la tienda estaba ubicada a dos cuadras de la costa. Eventualmente, dejó de jactarse de tamaña hazaña. Deduzco que terminó por descubrir los beneficios de masticar hoja de coca.
- Nos agradecía el buen desempeño y los cambios de turno sin previo aviso con su sonrisa de winner, su discurso de "cuando la empresa gana, todos ganamos" y un pulgar arriba.
Este ya no es mi jefe, pero lo fue durante unos meses en mi primer empleo de universitaria, cuando ganaba unos inauditos $800 la hora trabajando para una compañía transnacional de arriendo de películas y videojuegos, cuya franquicia (gracias al Internet y al bendito karma) terminó por quebrar hace pocos años.
Lo que más le agradezco al susodicho - además de inculcarme el importantísimo arte del parallelling - fue el "curarme de espanto" ante lo que me deparaba el futuro como trabajadora asalariada. Es que el primer jefe es como el primer amor: la vara con la que habrás de medir a todos los que han de venir.
Imagen CC: Zappys Technology Solutions