Es rarísimo encontrar gente que no trabaje en un edificio, sobre todo si eres del área de comunicaciones. Dicho eso, me imagino que todos tienen a una señora o caballero instalado en la recepción del edificio que es el que llama cuando llegan cosas a la oficina.
Siempre nos mandan a la Susana y a mí a buscar esas cajas a la recepción. Como nunca bajamos a tiempo, el recepcionista ordena las cajas y espera a que nosotros lleguemos. Su amabilidad es extrema.
Hay períodos en los que las marcas mandan más productos para hacer concursos: día de la mujer /madre/padre/niño/vacaciones de invierno. Así es que era común andar pa’arriba y pa’bajo con las dichosas cajitas.
Al momento de recibir las facturas o los papeles que acreditan que uno recibió las cajas, siempre había atados: nunca estaban todos los productos. Como mi jefa era amiga de LA jefa, siempre se encerraban en su oficina cuando nos faltaban cajas.
Una vez le hicieron una pregunta asquerosamente capciosa a la Susana y ella respondió: “No se diga más. Confieso: todas esas cajas me las he llevado adentro de la cartera”. Respuesta: “Ay, Susanita, no seas así… blah blah blah”. Contra respuesta: “Sí, seguro”. Nunca más la hincharon, pero nunca más me acompañó a buscar las cajas.
Mi nueva compañera de carga, la Daniela, cuando vio al repartidor dijo: “Obvio que este weón denso es el que se queda con las cajas”, y en realidad el tipo es bien denso.
En la semana previa al día de la madre, mi no-querida jefa me pidió que le fuera a buscar una carpeta a su auto. En eso, me llamó la Daniela y me dijo que la esperara abajo, porque habían llegado los productos.
Cuando iba camino al hall vi al tío recepcionista junto a la tía del aseo empujando dos cajas detrás del mesón de recepción. Pensé quedarme piola, pero cuando me vieron la tía del aseo – a la que apenas cachaba– a pito de nada empezó a ladrarme: “¿Y a ti qué te importa, weón? A ustedes les llegan miles de cajas”.
Seguía ladrando cuando llegó la Daniela. Le dije, y llamó a la jefa mayor. Cuando llegó, debo reconocer que pensé que iba a atacar a los ladronzuelos, pero no lo hizo. Los miró con compasión, y nos hizo subir. La tía del aseo no lo soportó y empezó a gritarle en un español muy, muy depurado.
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