Hace poco me integré a una empresa que tiene como meta incursionar en la industria de los medios de comunicación, y cuya primera etapa es crear un producto relacionado a la prensa escrita en formato impreso y digital. Para ello necesitaban contar con una persona que se hiciera cargo del proyecto y de la edición del contenido en general.
Después de varios meses sin trabajo, en la que estaba de cabeza buscando nuevas oportunidades laborales, me dieron la oportunidad de quedarme con el cargo. Como es de costumbre, en la primera reunión conocí a las personas que trabajarían conmigo, entre ellos, a mi jefe, un hombre con gran sentido del humor, que a veces le cuesta ser serio y que anda con la talla a flor de piel.
En las pegas siempre se agradece que el ambiente sea agradable acompañado de la buena onda y de una sana convivencia, y más aún, si hay espacio para los chistes o las tallas. Pero cuando suelen ser reiteradas junto a una carcajada al más puro estilo de José Miguel Viñuela (explosiva, ruidosa y molesta) no cae tan bien. Mi jefe es uno de ellos, quien trata de hacer humor en la oficina pero la mayoría de las veces no tiene éxito con su equipo de trabajo. No puedo negar que es amable, conversador, comprensivo y empático con sus empleados, pero es el que ordena y tiene la última palabra, por ende, estás obligado a reírte de sus chistes.
Además de dar la cuota de humor durante las horas de almuerzo, las jornadas de trabajo y las reuniones semanales, sus chistes suelen ser aburridos, sin sentido y a veces incomprensivos. Frente a eso, nos toca ser solidarios y disfrutar de sus tallas. Esto no quiere decir que le hagamos la pata o tratemos de darle el amén en todo, sino que preferimos reírnos con él en lugar de reírnos de él.
Pese al poco tiempo que llevo en el trabajo, he mantenido una buena relación laboral con mi jefe y con los demás. Hasta hoy, se destaca por su humor diferente y su intención de hacer reír. Aunque él ha reconocido que sus chistes no causan la gracia que desearía, lo sigue haciendo para distinguirse de quienes andan por la vida graves y serios.
“Tenía un compañero de trabajo que me anotaba todos mis chistes, y me decía que una vez que reuniera los suficientes los iba a publicar en un libro para que la gente los leyera en el baño…” comentó en un horario fuera de trabajo.
Sin duda su intención de ser el autor de chistes para publicarlos en un libro es graciosa. Así, demuestra que no tiene rollos con que se rían o no de sus tallas, y tampoco tiene complejos para generar confianza con sus trabajadores por medio del humor. Sin embargo, se preocupa de establecer los límites para no generar situaciones de confusión con sus empleados, por ejemplo, que ninguno de ellos se aproveche de su forma de ser y deje de lado las exigencias mínimas que hay en toda empresa, ya sea el cumplimiento, las responsabilidades, el orden, la organización, el trabajo en equipo, entre otros requisitos.
Imagen CC Julie Kertesz
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