Eduardo era el mejor jefe. Salíamos con él a carretear los viernes que tocaba pago, organizaba comidas y no presionaba mucho con el trabajo. Fue una época bien particular, la empresa estaba creciendo, le teníamos confianza y muchas veces ir a la pega era un agrado.
Y no se trata de ser chupamedias. Eduardo era el mejor. Me pasó varias veces que lo sentía como amigo. Incluso, nuestra cercanía nos permitía cruzar esa frontera empleado-jefe, sobre todo cuando, al fragor de unas copas, hablábamos de nuestros sueños o como veíamos la situación de la empresa.
Él era sincero y siempre sentí que tiraba para los empleados. Todavía recuerdo cuando Eduardo en una de las tantas salidas de fin de mes nos contó que con su polola de toda la vida estaban esperando guagua y que se iban a casar.
Todos lo felicitamos y más de algún compañero se ofreció como padrino de bodas. Como era de esperar fue toda la oficina al matrimonio. Eduardo era tan buena onda que durante semanas su matrimonio fue tema de conversación: nos poníamos de acuerdo sobre qué le íbamos a regalar y cómo celebraríamos en su casamiento.
El matrimonio fue increíble, pero ese sería el último carrete con Eduardo, quien de vuelta de la luna de miel llegó distinto, casi como si le hubiesen cambiado el chip: hablaba poco con nosotros y sus salidas de fin de mes se redujeron a cero.
Y así fue como en un principio esa tirantez se transformó en una distancia insuperable porque Eduardo, nuestro jefe regalón, ya no era de los nuestros y comenzaba lentamente a comulgar en comidas con la plana mayor de la empresa.
La situación se volvió insostenible y decidimos solicitarle una reunión con el pretexto de tratar temas de la empresa.
Nos costó que nos diera hora para reunirnos. Se excusaba que estaba muy ocupado y no tenía tiempo. De tanto insistir tuvo que ceder. Cuando entramos a su oficina, que ahora siempre tenía la puerta cerrada, Eduardo trató de tener ese tono cercano que en el pasado tuvo con nosotros pero fue para peor.
Miguel, que era un compañero que llevaba años en la empresa y vio como Eduardo se convirtió en jefe, decidió hablar y fue directo al grano.
“Qué onda Eduardo. Has visto una mala cara, alguien te dijo algo de nosotros”, le reprochó Miguel.
El jefe nos miró como con cara de pedir disculpa, agachó la cabeza un rato para después lanzarse un discurso que aún lo recuerdo.
“Cabros yo estoy en otra ahora. Me casé y tengo que velar por mi esposa y por mi hijo, ya no puedo salir con ustedes y no porque no quiera, es porque no es bueno que un jefe se relacione de forma tan cercana con sus empleados”, sentenció.
Esa respuesta nos dejó helado y nadie fue capaz de decir algo, ni Miguel que según él, en ese momento, dejó de ser amigo de Eduardo, nuestro jefe que cambió después que se casó.
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