Los sospechosos eran tantos como trabajadores había en la empresa. A ojos de los demás yo también engrosaba la lista de posibles ladrones de la oficina. Aquí todos éramos culpables hasta poder demostrar lo contrario.
Por eso las cámaras de seguridad que se instalaron en los pasillos, los muebles con llaves, la nueva costumbre de llevar con uno los celulares, las billeteras y cualquier aparato electrónico personal. El robo de dos iPads y un taco de cheques para restaurantes, había llamado la atención de todos nosotros y obligado a la empresa a tomar medidas que impidieran, en lo posible, futuros hurtos.
Se había hablado con los conserjes del edificio, descartando la acción de cualquier persona ajena a la oficina. Nadie había entrado o salido del edificio fuera del horario laboral. ¿Pero quién ponía las manos al fuego por los mismos conserjes? Con cada robo el ambiente en la oficina parecía más al de una novela de Agatha Christie o Sherlock Holmes y todos queríamos ser los Holmes y Hércules Poirot de esta historia.
¿A quiénes tenía yo como principales sospechosos?
Siempre está el personaje que encarna la belleza y a la vez la inocencia, y en este caso era la más linda de toda la oficina. Era de esas personas que no tenías idea qué hacía exactamente o qué rol cumplía en la empresa, pero la verdad es que daba un poco lo mismo. Podría haber asesinado a alguien a vista de todos y a nadie le hubiese importado. Era así de bonita. Eso la hacía la ladrona perfecta.
Estaba el popular, el del área de TI que a todos caía bien por lo simpático y cómico, atributos que le valieron el título de Mejor Compañero por unanimidad durante la celebración de fin de año. Todos se peleaban un puesto junto a él a la hora de almuerzo, especialmente La Bonita, porque a quién no le gusta atorarse con comida o avergonzarse sacando líquido por la nariz mientras estás tomando algo y El Popular sale con el mejor chiste de todo su repertorio. Era así de cómico. Eso lo hacía el ladrón perfecto.
Nunca falta la secretaria/recepcionista. La que nadie comprende cómo llegó a estar donde está con el coeficiente intelectual de un zapato. Y es que nunca sabía quién entraba o quién salía de la oficina, jamás. Nunca se aprendió los anexos de los que trabajábamos ahí y era capaz de enviar a su jefe a un viaje hasta Fiyi, cuando lo único que quería era que le reservara un pasaje a Talca. Era así de bruta. Eso la hacía la ladrona perfecta.
Por último está el extranjero, aquel que había llegado hace un par de semanas no solo a la oficina, sino al país. Ese que se hace la mosquita muerta mientras repite las groserías que alguien le enseñó en español para que no se sintiera tan desadaptado. Después de enterarse que había estado manchando la reputación de las madres de la mitad de los funcionarios de la empresa, decidió que lo mejor era comunicarse con todos por señas. Era así de extranjero. Eso lo hacía el ladrón perfecto.
La Bonita, el Popular, la Bruta o el Extranjero. Aquellos cuatro eran los que yo sospechaba podían ser los culpables. Y uno de ellos lo fue, y fue desenmascarado unos días después de que se robara todo un PC sin dejar rastro alguno.
Al parecer el ladrón tuvo la brillante idea de querer vender a través de Mercado Libre el PC recién robado, publicando el número de serie del computador entre las especificaciones. Nuestro Gerente de TI reconoció el PC como el robado y se hizo pasar por un usuario interesado. Al llegar al Metro para “concretar la compra”, ¿quién estaba ahí con el PC robado? El Popular, el Mejor Compañero que solo unos meses atrás él mismo había contratado.
Claro, el chistoso –pero no muy brillante compañero de TI controlaba todas las cámaras de seguridad, sabía cuántos PCs había en la empresa y dónde estaban. Eso lo hizo el ladrón perfecto.
Del Popular jamás volvimos a saber y este año nadie sabe cómo será la elección a Mejor Compañero, aunque tampoco hay muchas ganas de salir elegido. Aquí ya nadie hace méritos. De cierta forma nos robaron aquel reconocimiento, nunca más recuperamos esa risa a la hora de almuerzo.
Imagen CC Marsmettn Tallahassee