A todo esto, súmale certámenes y mantenerte con vida, esto último dedicado a quienes viven solos, lo que se traduce en no olvidar comprar el pan para tomar once, desayunar o en caso más extremos, alimentarte de algo.
Cuando chicos nos lo dijeron en 31 minutos: “Porque en la vida siempre vas a fracasar. Porque mañana también estará nublado. Porque no eres musculoso, porque no eres talentoso, en la vida siempre vas a fracasar”. Cucho Lambretta. Y así, con toda nuestra desgracia, mis yuntas de la U y yo decidimos tomar la risa para evadir la aburrida realidad. No nos quedaba de otra.
No sé como sucedió que terminamos juntos, pero sé lo que somos. Somos los raros. Un grupo heterogéneo de personas que no tendrían razón para estar juntas, que al fin y al cabo lo pasan bien reunidos. Aun así, creo que nuestras prácticas risueñas venían desde los otros grupos en los cuales compartimos, el colegio, los amigos, qué se yo.
¿Qué hacemos? Nos reímos de todo. De esas pequeñas frases que pasan desapercibidas para el resto, del comportamiento exagerado de algún personaje universitario, aunque por sobre todo de nosotros mismos.
Somos gente obsesiva. Con la limpieza, con el tacto, con andar apurados, con no prestar atención, con pasar desapercibidos (y no lograrlo) y con exagerar. Son tantas las situaciones graciosas que nos pasan que nos reímos todo el día, normalmente en los momentos equivocados.
Debo mencionar a una amiga que siempre nos provoca risas. Se equivoca al hablar, confundiendo sífilis con cirrosis, tapones con tampones o se le pierde la ubicación del Triángulo de las Bermudas. Una vez, caminando por la universidad, vio algo en el piso, se tapo los ojos y gritó despavorida por el ratón muerto que estaba allí. Nunca fue, sólo era una hoja seca llena de barro. En otra ocasión cruzando la calle un auto se nos acercaba lentamente, sin embargo pasamos sin problemas. Ella, en ese transcurso, hizo notar lo cerca que estuvimos de morir atropellados. Estas historias no saldrían de lo común si no existieran quienes ridiculizan nuestras acciones. Es que de algo hay que reírse.
Están las risotadas inesperadas, las que te hacen llorar, las desubicadas y las que te provocan dolor de guata. Las peores: cuando estás en clases y no puedes reirte con libertad. Las mejores: cuando nadie puede hablar de la risa. Ya sea producto de alguna sustancia adicional o en plena mañana después de clase, nunca está demás reírse de la propia desdicha o de lo absurdo que pueda parecer lo que está sucediendo.
“La risa abunda en la boca de los tontos” Algún amargado debió inventar ese refrán.
Imagen CC Barry Pousman