Se acercaba fin de año y teníamos que pensar en qué haríamos para disfrutar de la llegada del verano y de las prontas vacaciones. Como es de costumbre organizamos un paseo, pero esta vez fuera de la ciudad en la casa del jefe ubicada a orillas del hermoso lago Rapel.
Para que fuera especial, nos fuimos por un fin de semana y llevamos de todo para comer. El lugar era ideal para hacer actividades al aire libre: salir a caminar, recorrer el lago en yate y disfrutar del paisaje.
Por la mañana del sábado, nos levantamos y comenzamos a registrar todo lo que hacíamos durante el día con una cámara fotográfica profesional de uno de mis compañeros. Era divertido porque nos sacábamos selfie en grupo mientras preparábamos el asado o cuando salíamos a caminar por los lugares aledaños.
Hasta esa tarde todo era perfecto, era sólo relajo y diversión. Luego acompañamos la noche con unos picadillos y tragos. La conversación se hizo entretenida y distendida, compartíamos experiencias propias, tirábamos la talla y contábamos chistes.
Casi a las tres de la mañana, mi compañero de la cámara fotográfica nos invitó a que nos sacáramos fotos cerca del lago, y a esa hora algunos ya estaban algo entonados, arriba de la pelota y muertos de la risa.
Al acercarnos al lago vimos un muelle y unos yates que estaban varados. Nos instalamos en uno de ellos para sacarnos fotos en medio de la oscuridad, con la tranquilidad del lago y la luz de la luna. Mi compañero de la cámara era el fotógrafo y desde el muelle nos indicaba cómo debíamos posar para la foto, cuando en eso sin darse cuenta que estaba muy cerca del borde, se resbala y cae al agua.
Realmente fue para la risa, no podíamos creer lo que estaba pasando. Ayudamos a nuestro compañero a salir del agua, y mientras lo hacíamos nos dimos cuenta que la cámara también había caído al lago. Enseguida, lo llevamos a la casa, se cambió de ropa y comenzó a llorar por lo que había pasado.
La verdad que una persona con unos tragos de más protagonista de un accidente como ese, termina muy mal emocionalmente. El pobre lloraba de vergüenza y de haber perdido su cámara fotográfica, pero todos fuimos generosos y solidarios con él para que no se lamentara más.
Con la oscuridad de esa noche no había forma de encontrar la cámara. Así que al día siguiente, el jefe se compadeció de nuestro compañero y le pidió a un amigo y vecino que practicaba buceo en el lago Rapel para que se sumergiera a buscar la máquina. Pero no tuvo éxito, por lo tanto, perdimos todas las fotos del fin de semana, sin embargo, nos hacía falta una imagen para recordarnos del accidente y de todo lo que ocurrió en ese paseo de fin de año.
Hasta hoy, le agradecemos a nuestro compañero por su cuota de humor con un accidente inesperado. Cada vez que le tiramos la talla nos mira y se ríe todavía medio avergonzado con un rostro desfigurado.
Imagen CC vía Francisco Muñoz