Era mi primer día de clases, había entrado a estudiar periodismo en la Universidad Católica. Quise ir bien preparado, eso incluía cuadernos, dinero y mi notebook. No tenía idea dónde iba a almorzar, pero sabía que no debía ir muy lejos, porque gracias al bendito horario asignado, tenía clases todo el día. Si bien los últimos 9 años había vivido en Arica, aún recordaba que el sector Universidad de Chile, estaba lleno de lugares donde comprar.
Después de comer un par de completos, el alimento típico de la clase universitaria, y caminar devuelta a la universidad, se me acercó un tipo a la altura de la Biblioteca Nacional. Me preguntó por la calle “San Pablo”. Yo reduje la velocidad, sin parar del todo y le dije que no sabía dónde quedaba y qué no era de Santiago. Gran error, más información para él. El tipo murmuró algo que no entendí, por lo que paré y me acerqué. Me dijo “Entrégame tus cosas, sabemos que tenís plata y un notebook, te estamos siguiendo”. Alrededor mío había un mar de gente a la cual pedir ayuda, pero lo sorpresivo de la situación y en especial, su última frase, me hacían desconfiar de todo. Le mentí y le dije que no tenía nada más que mis cuadernos. Él volvió a insistir y yo volví a repetir lo mismo. Atiné a dar la vuelta y seguir caminando a paso rápido. Cuando me di vuelta vi el metro Santa Lucía y pensé en esos guardias de amarillo que siempre andan por ahí. Bajé la escalera rápido, miré discretamente para ambos lados y no lo encontré. Seguí caminando hasta cruzar al otro lado de la Alameda. Lo siguiente fue ver a un tipo en una caseta hablando por teléfono que me miraba. Mi pensamiento: este tipo es de la banda. Seguí caminando, caminando y caminando hasta llegar a la universidad. Ahí había guardias a quien podría recurrir, pero no sabía si venía el tipo atrás y probablemente, no recordaba bien su cara.
Seguí caminando por la universidad, llegué a mi facultad. Bajé al subterráneo, donde estaban los baños y me encerré. Me quedé un buen rato. Era momento de pensar: ¿era lógico que el tipo hubiese sabido lo que yo traía? ¿Me había seguido hasta la facultad? Al poco rato llegué a la conclusión de que yo solo era una de las ciento de personas que había pasado por ese lugar y que sin duda le resultaría más fácil asaltar a otra persona que seguirme. Eso y tener claro los lugares a dónde vas y no llevar objetos de valor innecesarios fueron mi primera lección en la universidad. O al menos, en Santiago.
Imagen CC Uncommon Fritillary