Cuando sonó el teléfono en plena clase, la mañana de aquel sábado, debo reconocer que me asusté mucho. Yo era el profesor, entre las 9 y las 11 am, en un espacio que disfrutaba mucho, pues me sacaba de la rutina semanal de mi “pega” y me daba oportunidad de disfrutar de otras de mis pasiones: enseñar.
El teléfono seguía sonando y, como el volumen era bastante molesto, me vi en la obligación de revisarlo. Cuando caí en la cuenta de que era mi jefe, entendí que las cosas se habían salido de control completamente. Entendí, apenas en un momento, que todo aquello que había minimizado (con el fin de “sobrevivir” a su “liderazgo”) en realidad, no era normal.
No era normal esa llamada, como no lo eran los horarios inverosímiles en los que estábamos trabajando de lunes a viernes, la mayoría de las veces, porque estábamos atrasados con una entrega o la organización de algún evento. No era normal ir a hacer trámites personales a nombre de él, como tampoco lo era preparar el regalo de cumpleaños de su esposa.
Tal como en una relación amorosa, mi permanente disposición y aceptación de ciertas situaciones, habían generado un escenario inmanejable, en el que escaseaban las opciones de escape.
Durante meses, había “normalizado” un contexto que solamente comprendía yo…Y las personas de las otras áreas que todos los días me veían corriendo, de un lado para otro…Que se despedían de mí a las 18 horas, dedicándome una mirada de lástima y ánimo…Aunque creo que los ayudé mucho, durante esa época, a valorar la importancia de llegar a tiempo a casa…Era el niño símbolo de un estilo de jefatura obsoleto y perverso…
Pero todo tiene su tiempo. Y toda historia tiene su final. Llegó una oportunidad a nivel interno, que me llevó a nuevos destinos…y a un jefe totalmente distinto. Y con los años, aquello que pensé que iba a recordar con tanta pena, se ha convertido en una parte muy importante de mi experiencia. Y el recuerdo me invita siempre, a hacer los análisis pensando siempre que todo lo malo, tiene algo bueno. Que cada problema, es también una oportunidad, aunque suene cliché.
¿Es que todos tenemos que tener alguna vez, un jefe insufrible? En ningún caso se los recomiendo, ni lo considero un requisito para ser un profesional mejor. Sin embargo, si nos llega a tocar la mala suerte de toparnos con uno en nuestro camino laboral, puedo asegurarles (con conocimiento de causa), que más de alguna lección positiva sacarán de su estilo. Claro, siempre y cuando sobrevivan para aprovecharlo y compartirlo… (fuera de bromas, nadie se “muere” por un mal jefe).