Fredy Hirsch, un luchador innato; logra armar una pequeña escuela y una diminuta biblioteca con ocho libros, algunos de ellos en mal estado, en el Bloque 31 del campo BIIb de Auschwitz-Birkenau. Por su parte, Dita Adlerova, una joven judía de catorce años; se encarga de resguardar el clandestino acopio de textos. Ambos sabían que esas decisiones ponían en peligro sus vidas.
“En Auschwitz la vida humana vale menos que nada; tiene tan poco valor que ya ni siquiera se fusila (…), porque una bala es más valiosa que un hombre. Hay cámaras comunitarias donde se usa gas Zyklon porque abarata costos y con un solo bidón puede matarse a centenares de personas. La muerte se ha convertido en una industria que sólo es rentable si se trabaja al por mayor (…). Auschwitz no sólo mata a los inocentes, también mata la inocencia”. Esa es una de las impactantes narraciones que contiene el libro del periodista español Antonio G. Iturbe.
Basado en hechos reales, La bibliotecaria de Auschwitz es una radiografía del peor campo de exterminio nazi de la Segunda Guerra Mundial. Es la historia que desvela el por qué los súbditos de Hitler mantuvieron en ese infierno un barracón para niños.
En 1943, Heinrich Himmler, comandante en jefe de las SS; ordenó abrir un campo para familias checo-judías deportadas desde el gueto de Terezín. Así fue como llegaron los niños a Auschwitz-Birkenau, tal como llegó Dita junto a sus padres Hans y Liesl.
Es en ese lugar donde Fredy Hirsch consiguió convencer a las autoridades alemanas de que tener entretenidos a los niños en un barracón facilitaría el trabajo de los padres de aquel campo. Pero su idea era formar la escuela clandestina, tarea en la que Dita contribuyó arduamente. La joven ocultaba los libros bajo su vestido y cruzaba los brazos para que no cayeran, hasta llevarlos a la biblioteca improvisada.
Mientras ellos trataban de llevar esperanza a ese fango pestilente, por Auschwitz desfilaban criminales como Joseph Mengele, el doctor famoso por sus macabros experimentos con personas, y Adolf Eichmann, uno de los principales ideólogos del Holocausto.
El libro es una mezcla de súplicas y horror, pero también es una lección de valentía, de lucha constante, esa misma que llevaba a que los maestros trazaran en el aire triángulos isósceles y hasta la línea de los ríos de Europa, porque no había paredes ni pizarras, sólo existían las ganas de educar.
Como decía Hirsch, “no importa cuántos colegios cierren los nazis (…). Cada vez que alguien se detenga en una esquina a contar algo y unos niños se sienten a su alrededor a escuchar, allí se habrá fundado una escuela”.
La bibliotecaria de Auschwitz nos enseña el valor de la lectura y nos lleva por una larga carrera de obstáculos, con hechos inesperados e importantes reflexiones. A casi 75 años del inicio de la Segunda Guerra Mundial, la novela de Antonio G. Iturbe es una excelente opción para conocer esos detalles que generalmente no se encuentran en los libros o sitios dedicados al tema.
“En Internet hay toneladas de información sobre Auschwitz, pero la documentación solamente te habla del lugar. Si quieres que un lugar te hable a ti, has de ir allí y quedarte el tiempo suficiente para escuchar lo que tenga que decirte. Para buscar algún vestigio del campo familiar o alguna huella que seguir, viajé hasta Auschwitz. No sólo hacían falta los datos cuantitativos y las fechas, era necesario sentir la vibración de aquel lugar maldito”, narra el escritor.
El libro es producto de la investigación, del reporteo y de la entrevista a un importante personaje de esta historia que logró sobrevivir a los horrores del Tercer Reich.
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