El día que llegue a la oficina apenas tenía 28 años, casada y con planes de futuro con mi esposo, pero realmente todo cambió cuando Manuel y yo comenzamos a trabajar juntos.
Él era mi jefe, un hombre maduro, con mucha experiencia profesional que causaba la admiración de todos los que lo rodeaban. Todos querían estar con él, aprender de él y seguir sus pasos en la carreara del periodismo televisivo. Manuel era mi jefe y también era casado, y desde hace muchos años se rumoreaba que alguien dentro de la oficina había sido su amante eterna, era un secreto a voces, que en general todos lo protegían.
Comenzamos a trabajar juntos y yo ascendí a través de los años bajo su paragua y sus enseñanzas, jamás se me habría cruzado por la mente que se fijaría en mi como mujer, ya que la “otra” era un mujerón, alguien que hacía parar el tráfico en la calle.
Pero me vi sorprendida una noche en que salimos todos los de la oficina a tomarnos unos tragos y de vuelta él ofreció llevarme a casa, de pronto la conversación se tornó más íntima, y sin más ya estábamos besándonos y acariciándonos… desde ahí las cosas fueron diferentes en la oficina.
Buscábamos hacer pautas en horas extraordinarias, salirlos días sábado a buscar entrevistados y él siempre tenía la forma de que todo quedara perfectamente cubierto. Las situaciones a puerta cerrada se hacían más frecuentes, y entre las sombras de la oficina sucedían momentos íntimos. De pronto íbamos al mismo gimnasio, almorzábamos en el mismo lugar y nos veíamos más de lo necesario en pequeños hoteles cercanos a la empresa.
Así estuvimos algunos meses, hasta que los demás productores comenzaron a sospechar de los “privilegios” que yo tenía… creo que a ninguno le pasaba por la mente que yo, la chica “normal” podría tener un romance con aquel hombre tan poderoso y codiciado. Mientras, yo me sentía feliz porque estaba con una de las personas más ambicionadas, no sólo por las mujeres, sino por el público en general.
Una noche de esas escapadas de la oficina, todo terminó. Pensamos que era lo mejor para los dos, él era una figura pública y tenía que cuidarse de eso, además estaba su esposa e hijos y la “otra” oficial. Era mucho para él. Yo lo entendí, me lo sufrí todo y me costó volver el lunes a la oficina, mi rostro se opacó y solicité cambio para otra área dentro de la empresa. Así sólo no veíamos a ratos y en público. Aunque de vez en cuando le salía una sonrisa pícara hacia mi, definitivamente me derretía.
Puedo decir que fue maravillosa esa experiencia que duró algunos meses, pero también tuve que llenarme de fortaleza a la hora de decir “hasta acá llegamos” porque podría haberse convertido en algo nefasto ara nuestras vidas y para su carrera.
Manuel continuó con su doble vida, la cual ya manejaba muy bien, y yo “felizmente casada” por algunos años más. Nunca olvidaré esa experiencia, pero creo estar muy lejos de volverla a repetir.
Imagen CC vía J.S. zolliker