Verano y calor, la combinación perfecta para organizar un asado después del trabajo. Nuestra oficina está ubicada en una zona bastante alejada de lo más céntrico de Santiago, y por ello, el jefe siempre tenía que poner la casa. Fijamos una cuota y partimos en la hora de colación a comprar la carne y bebestibles.
En mi oficina trabajamos pocas personas y somos tres mujeres. ¿Mis compañeros? La mayoría casados y con más de un hijo. Generalmente el dueño de casa, mi jefe, invita a compartir a su señora e hijos, mientras todos los demás asistimos sin pololos (porque es una simple convivencia después de la jornada laboral).
El punto es que en este asado, la familia del jefe no estaba. Porque era verano y estaban de vacaciones. Dato no menor en esta historia, puesto que ahí comienza la teleserie de nuestra oficina.
Todo marchaba bien hasta las 22:00 horas. Disfrutamos del asado, arreglamos el mundo y nos reímos con nuestras anécdotas personales, hasta que alguien mencionó karaoke y mis compañeros decidieron bañarse en la piscina. Como siempre pasa, una compañera se estuvo emocionando con los tragos y terminó llorando en medio del patio. Nos contó su desconocido drama pasional y no supimos cómo consolarla. Las horas pasaron y seguía el carrete en el patio, sólo que algunos comenzaron a subir el volumen de la voz y llegó la patrulla de Paz Ciudadana. ¿Lo peor? Multa para el dueño de casa por denuncia por ruidos molestos.
Hasta ese momento, creímos que eso fue lo peor que pasaría en la noche, pero no. De la nada sonó mi celular y una mujer, de número desconocido, me gritaba al otro lado del teléfono. ¿Quién es esta loca pensé? Era nada menos que la esposa de mi jefe, que encontraba de lo más mala clase que todos estuviéramos compartiendo en su casa, un martes por la noche, y haciendo “tremendo escándalo” como ella decía.
La mujer estaba ofuscada. Nos culpaba a todos de su futura separación y me decía que nosotros tendríamos que darle alojamiento al jefe. Apenas me dejaba hablar y yo lo único que le decía era: “Pero Carly, no es lo que piensas. Si ustedes son como unos padres para nosotras (mi jefe es mucho mayor), como es posible que pienses mal”. Pero nada, ella seguía insistiendo que los vecinos le avisaron que su marido estaba loco y haciendo tremendo party en su casa.
En conclusión, esa noche la fiesta terminó a las 6 de la mañana. Todos nos quedamos alojar en la casa del jefe y partimos muy temprano a trabajar al día siguiente. Fue una jornada infernal, la de ese día. Primero porque todos estábamos trasnochados y la esposa de mi jefe, llamó todo el día a la oficina para amenazarnos uno por uno.
¿Y mi jefe? Recién hace un mes pudo regresar a su casa, ¡lo perdonaron!
¿Y cuándo nos juntamos de nuevo? ¡Nunca! Porque tenemos todos prohibida la entrada a su casa…
Imagen CC vía Paul Beelen