La situación interna de Estados Unidos estaba marcada por el movimiento de los derechos civiles y la agitada transición de una sociedad dividida. Era 1961 y Benjamin, un afroamericano de 9 años, se caracterizaba por ser un estudiante de bajas calificaciones y por tener una autoestima deficiente.
Pero cuatro años más tarde, este muchacho pobre que supo de discriminaciones y lo que significaba vivir con un padre ausente, obtuvo el certificado con el mayor logro académico en octavo grado. La causa, su madre, que pese a las adversidades luchó para que sus dos hijos tuvieran una vida distinta a la suya.
Sonya siempre se preocupó por la educación de ambos. Les restringió las horas frente al televisor y les exigió que el tiempo libre lo ocuparan visitando la biblioteca pública de Detroit, donde debían leer dos libros por semana y entregarle un informe. Ese fue el punto de partida para que Ben y su hermano Curtis se encantaran con la lectura y con las ganas de adquirir nuevos conocimientos.
Un episodio como este hace pensar en todo lo que se lograría si cada niño tuviese estimulación temprana. ¿Se imaginan a cuántos profesionales brillantes se han perdido? Y no por falta de aptitudes, sino que por carencias en la educación dentro y fuera del hogar.
El caso de Ben es un buen ejemplo. Su madre era analfabeta, apenas había llegado al tercer grado y su padre vendía drogas. Era un escenario poco auspicioso para Benjamin. Sin embargo, la tenacidad de Sonya logró cimentar un camino distinto.
En 1969, siendo estudiante de la Universidad de Yale, Ben le comunica a su madre que quiere ser neurocirujano. En 1976 va al Hospital Johns Hopkins, donde le informan que sólo se aceptan a dos alumnos por año para la residencia en neurología y que en ese momento tenían a 125 aspirantes.
Lo que ocurre de ahí en adelante es una muestra de la enorme diferencia que puede hacer la perseverancia y la confianza en uno mismo.
Cuba Gooding Jr., en el papel de Benjamin; y Kimberly Elise, como su madre Sonya, logran personificar de forma magistral una historia cruda y conmovedora, marcada por los prejuicios raciales, el coraje y la superación.
Esta película, basada en hechos reales y dirigida por Thomas Carter, es mucho más que una lección de excelencia médica, enseña que la cuna no necesariamente sella el destino de alguien, que los padres pueden generar importantes cambios en el futuro de sus hijos y que el creer en nuestras capacidades mueve más que montañas.
Tal como le decía Sonya a su hijo Ben, “tú puedes ser todo lo que quieras en esta vida, siempre que te esfuerces (…) Puedes hacer lo que hacen todos, sólo que puedes hacerlo mejor”, consejo que el doctor Benjamin Carson supo aplicar a la perfección.