Un buen jefe es impagable. La Carlita es la menor jefa que he tenido en mi carrera profesional. Y nunca he escuchado a nadie llamarla de otra manera. Después de un trabajo de porquería, con una jefa que no apreciaba a nadie más que a sí misma, encontrar a la Carlita fue un regalo del Pulento.
Cuando me entrevistó le faltó ofrecerme una tabla de quesitos y vino: un total agrado. Tanta amabilidad me llevó a pensar que en cualquier momento me iban a sedar y me iban a quitar los órganos, pero no. Ella era la personificación de un tipo de jefa que yo desconocía.
También, y debo decirlo, no es chilena, y al parecer es precisamente eso lo que la hacía distinta. Se vino desde Colombia enamorada de un chileno y aunque lleva doce años en el país, conserva esa calidez que caracteriza a su gente.
A mí me contrataron justo cuando se estaba armando una Expo para capacitaciones. Por lo que tuve que ponerme al día rápidamente. Como estaba fuera de training, y había mucho que hacer, al principio hice todo mal. Pero la paciencia celestial de la Carlita, me dirigió y me ayudó a no perder la cabeza.
Durante la expo, olvidé llevar unos aparatos a la sala de charlas donde iba a hablar una las marcas. En consecuencia, el expositor exigió hablar con mi jefe directo. La busqué por todas partes, pálido, porque el mal nacido me trató como chinche y me había gritoneado frente a varios asistentes.
Ella lo recibió, habló con él, y cuando terminaron él no se veía muy contento. Ella se acercó y me dijo “qué se cree este webón, venir a hablar mal de mi equipo. No, lo puse en su lugar. Yo no estoi pal webeo de nadie”. No lo podía creer. Me había mandado un condoro, y la Carlita arriesgó bastante defendiéndome.
La Expo duró tres días. Fui prácticamente su asistente personal, pero jamás recibí un mal trato. Además, siempre me pedía opiniones acerca de las decisiones que tenía que tomar, lo que me hacía sentir de verdad parte del equipo.
Al finalizar la Expo, todos se reunieron e hicieron un balance del evento. Muchas risas, tallas, buena onda y la Carlita se rajó con unas pizzas para todo el equipo. A los que vivíamos más lejos nos fue a dejar. Mientras manejaba alegaba por como conducen los chilenos: “Estos webones aprendieron a manejar por correo. ¡Qué brutalidad, Dios mío!”.
Después de todo este tiempo trabajando con ella, me di cuenta que me da mucha risa escuchar nuestros garabatos en boca de extranjeros.