A propósito del "Viejo Oeste", un tipo dijo que a cualquiera le gustaría entrar a un bar de aquellos -empujando de mala gana esas breves puertas- y decirle al cantinero, "dame lo de siempre". Sin duda es mucho pedir, pero la idea se entiende: todos preferimos un lugar de confianza, donde ojalá nos reconozcan, y eso, sin caballos ni revólveres de seis tiros, aún se logra en ciertas ocasiones. Para universitarios como nosotros se logra en nuestro bar de mala muerte preferido, ese que está cruzando la calle.
Digamos que fue una "ventana" entre dos horarios de clases, la salida de un certamen, un cumpleaños, un día soleado... son innumerables las razones por las que nos pudimos ver obligados a compartir esa primera cerveza con los compañeros. De seguro el deseo de convivencia se generó de manera espontánea, improvisada y por ello la respuesta tuvo que ser rápida, no había tiempo para tomar metro, micro, para caminar al otro lado de la ciudad, no, la sed podía apagarse, si pasaban muchos minutos quizás un inconsciente pudo haber propuesto bebidas y completos en el casino, que horror.
Como sea, llegamos al bar, pub, sucucho, cantina, chelería que está frente a nuestra universidad y la elegimos entre las otras. Una mejor promoción en la pizarra, una linda mesera, una terraza amplia. Amor a primera vista.
Una vez elegido el recinto se vuelve un templo, una segunda casa donde sabemos que somos bien recibidos, donde añoramos estar en malos momentos: cuando vamos a otro local y nos cobran en exceso por una piscola, más añoramos nuestro barcito, digan lo que quieran de sus baños pero allí nunca te robarían como ahora lo están haciendo; cuando te dicen "no, acá no hay shop", con una cara de "¿dónde cree que está este rotito?, añoramos nuestro barcito; cuando no te atreves a decir en caja "le quedo debiendo $500 pesos, don Ismael", lloras por tú barcito y cuando el pisco a duras penas cubre los dos hielos, como si estuviera servido para un extraño más, te paras y te vas a tu bar de mala muerte.
Lo miras desde fuera y suspiras, ahí está tu compañero de tantos años universitarios. Caminas decidido y saludas a los meseros, ves un par de caras conocidas entre los clientes, se respira la buena onda, te ubicas en tu mesa preferida y pides lo de siempre, la de litro, la piscola con cariño. Es otra cosa, estás en confianza, el bolsillo no sufre, "qué bueno verlos, cabros", luego bromas, todo el mundo por su nombre. Es otra cosa.
Egresarás, serás un técnico o un profesional y la costumbre, la manera en que se mueve este mundo te dirá que ya estás grande para ir a tu pub preferido, que ahora toca otra cosa, que la papa frita y el maní deben sustituirse por un picoteo, una "tablita", que la cerveza no puede venir en litro, tampoco en grandes shops, debe tomarse en botellitas individuales que cuestan más, que una piscola cabezona habla mal del local, pues es ordinario. Te dirán todo tipo de cosas, si no haces caso eres mi héroe, si sigues la rueda del mundo disfruta a tu bar de mala muerte, nunca encontrarás otro lugar de tanta confianza.
Imagen CC vía hellostanley