El mechoneo es algo que no se olvida en la universidad, y más aún si ese día cumples 18 años.
Llevaba una semana en la universidad, y el temor mechón crecía con el pasar de los días. La verdad, quería que me mechonearan, pero no el día de mi cumpleaños, eso sera lo peor, pero sucedió. Recuerdo que era lunes, y al segundo bloque los de segundo venían a atacarnos. Tenían pita, pescado, manjar, pintura, plumones, bueno, todo lo que se usa en un mechoneo. Jugaron con nosotros un rato, y claro, como buen cumpleañero salí favorecido en todo. Tuve que romper globos, sacar gomitas, todo bien, hasta que salimos al túnel de desechos. Olores que te revolvían el estómago, mientras mi cuerpo con el torso desnudo se impregnaba de pescado.
Como corderos al matadero pasábamos por diferentes partes de la Universidad de Concepción, mientras con cánticos intentábamos matar el tiempo y la vergüenza. Llegamos a unos pastos y nuevamente hubo juegos, después de eso había que ir por la plata.
Lo único que guardé en mi calcetín fue mi carnet, la gente de alguna forma tenía que creerme que ese día cumplía años. Sin un zapato, sin polera, hediondo y con mucho calor, salí al centro penquista a dar pena. Las señoras se apidaban de mi y al unísono decían "pobrecito, lo mechonean para su cumpleaños". Creo que esa fue la mejor técnica que tuve, junté muchas lucas, pero me humillé. Me tocó bailar, cantar, contar chistes -por cierto, hice todo mal- aunque eso no importaba, sólo quería recuperar mis cosas para ir a celebrar a casa.
De las 10 lucas que me pidieron, sólo entre 4, lo demás -cerca de 12 mil pesos- lo escondí en una piedra gigante cerca de la biblioteca, quería quedarme con algo. Llego a entregar la plata, y me dicen, tenemos que ir a celebrar porque es tu cumpleaños, ahí comenzó desvirtuándose.
Fuimos a un local a tomar, atrás quedaba la celebración familiar que me esperaba en casa. Los 18 años se celebraban en la universidad y con una borrachera digna, esa es una buena forma de festejar.