Aún recuerdo cuando la frase “todos los jefes son iguales”, se me vino al piso. Y es que siempre existen las excepciones. Esos jefes que salen de esa línea cuadrada y dejan huellas en su camino. Y siendo sincera, siempre hay unos más humanos que otros, ya que al menos en mi experiencia, me han tocado pocos jefes rescatables.
Ya era mediodía y no llevaba más de dos horas trabajando. Una noticia el día anterior, había dejado mi sensibilidad hecha pedazos. Ese día, lo que menos deseaba era justamente tener que trabajar. Mi mente sólo deseaba estar en otro lugar y en el momento menos esperado, me sentí tan mal que tuve que dar el paso.
Nerviosa, me acerqué a mi jefe para explicarle mi situación. Avergonzada y con una que otra lágrima, él sólo me miró, escuchó y me dijo: se puede ir. La verdad, es que no podía seguir trabajando. Si bien era una “niñería” lo que me sucedió, en ese momento sentía que el mundo se me venía encima. No todos los días pillas a quien dice ser tu pareja, con otra persona.
Quizás era una estupidez para mi jefe lo que yo le estaba contando. Pero me entendió tan bien, que ni siquiera me sentí tonta estando frente a él. De hecho, después de lo ocurrido me preguntaba cómo me sentía y me daba consejos. Luego supe que por su condición de jefe “humano”, le estaban aserruchando el piso. No seguía las órdenes de cómo ser un jefe. Él defendía el trato que tenía con sus trabajadores y se oponía a la regla del jefe terco.
El día en que me enteré de su renuncia, no dudé en destacar su personalidad. Lamentablemente, su política de trato hacia los trabajadores, molestaba a los altos mandos. La excusa: los trabajadores hacen y deshacen con un jefe permisivo, que confía en quienes dicen la verdad y no colocaba trabas a la hora de un problema familiar.
Luego de su renuncia, vino el lado oscuro de la fuerza. Nada volvió a ser igual. El nuevo jefe parecía no tener corazón, parecía ese típico jefe que la gran mayoría detesta. Ese jefe que aunque estés con 30 grados de fiebre, te pide que termines el turno y luego te vayas a la casa y pases al hospital.
Pero los buenos recuerdos son los que valen. Después de su renuncia, nos siguió visitando y queriendo saber de nosotros. Y aunque no estaba tan contento con su nuevo trabajo, al menos no tenía que andar cuidándose la espalda y podía practicar su forma de ser jefe. Al menos hoy en día, se agradecen que las personas primero sean humanas y luego ejerzan su profesión.
Imagen CC Rion