Corría pleno otoño de 2006, como todas las tardes regresaba a casa en micro, con una enorme expectativa y esperanza de encontrar un buen plato de comida que compensara tantas horas de esfuerzo y sacrificio como estudiante. Pero esta vez el trayecto fue distinto, hasta especial. Quizás un privilegiado de la delincuencia chilena. No todos gozan de esa fortuna. Sí, porque aquel día se me ocurrió la brillante idea de ubicarme en los puestos de atrás (siempre mis papás me lo advirtieron pero como era revolucionario y no me gustaban los sermones dictatoriales, me hice el gil), se me acercaron dos jóvenes emprendedores del delito, me saludaron educadamente, uno me preguntó la hora, yo no andaba con reloj, así que saqué el celular (flor de metida de pata), acto seguido el otro muchacho de buena vida sacó su juguete favorito…un filudo cuchillo de no sé cuántos centímetros pero se veía peligroso. Ahí, me puse a sudar más que candidato presidencial enfrentando a Michelle Bachelet.
Es que en ese momento, la cosa se empezó a poner negra, evidentemente no íbamos a jugar juntos al CandyCrush en mi celular y menos me iban a obsequiar un cuchillo como regalo de cumpleaños. Eso sí, en un primer momento dudé cuando uno de estos jóvenes empresarios del delito guiñó un ojo, quizás era un piropo para su amigo, o sea nunca tuve problema con otras orientaciones sexuales. Que quede claro. Pero bueno, rápidamente me di cuenta que no era una declaración de amor ni un piropo. Aunque eso no fue lo peor de la historia.
El momento más tenso y paralizante fue cuando- después de cumplir su objetivo- me pidieron bajar de la micro en una zona de la ciudad que evidentemente desconocía. Jamás había pasado por ese lugar. Fue en ese instante en el que debí recurrir a mi mejor actuación, recordando épocas de colegio donde eso era pan de cada día. Me puse a llorar más que hincha de la UC post final del Apertura 2011. Luego de eso, recé, esperando la resolución “democrática” de los emprendedores. Nunca perdí la fe. Después de un rato, paró la micro, acto seguido, los inocentes jóvenes decidieron bajarse…con mi celular por supuesto, incluido mi súper puntaje en Candy Crush. Tristeza total. Bueno, igual estaba aliviado y contento porque no me ocurrió nada.
Fue una experiencia extraña, no se puede decir que es un recuerdo lindo pero ciertamente puedo decir que fui asaltado en una micro en mi querido Chile. Tengo ese privilegio. No todos pueden contarlo (como si quisieran) y transmitirlo. Bueno esa es mi historia más loca, en el transporte público.
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