Entrar a la universidad siempre es un desafío. En primer lugar está el tema del cambio realmente drástico en relación al colegio y, además, no conocer a nadie. Recuerdo que después de la primera semana de clases se estaban formando grupos con características bastante claras, y de manera muy rápida. A riesgo de parecer antisocial decidí que lo mejor no era apresurar las cosas.
El proceso de ir examinando a mis compañeros, fue detenido. No quería estar en el grupo de los más jugosos ni con aspiraciones revolucionarias. Y me fui dando cuenta que la mejor opción era estar en un grupo de estudios en el que hubiese mujeres. Son más organizadas, responsables, y eso es fundamental. Me tomó más tiempo de lo que pensé, pero finalmente pude formar un grupo realmente bueno.
Aunque siempre hay excepciones: Loreto. Este es el típico caso de la mina que todo, pero absolutamente todo, lo ha conseguido en base a la lástima. Siempre tenía las historias más insólitas, desde entuertos familiares hasta rollos amorosos. Claro que no ocupaba los asuntos amorosos con los profes, esos los dejaba para nosotros.
Nunca supe bien porque no le dimos una soberana PLR a la Loreto en el tiempo que estudiábamos juntos. Tal vez le creíamos, nos daba pena, o simplemente le teníamos cariño. Lo cierto era que todos sabíamos que tarde o temprano la echarían de la U.
Muchas veces nos comentó que pensaba que había escogido mal la carrera. Duró dos años con nosotros, y la recordábamos constantemente, porque más allá de todo, era muy chistosa. Cuando se fue nos dijo que iba a cerrar su Facebook “para empezar de cero”. No supimos de ella en mucho tiempo, hasta que apareció otra vez en la u, pero ahora como parte de un team donde sorteaban un auto.
Se acercó a nosotros, conversamos un rato y mantenía esa chispa de antes. Nos contó que está juntando plata para volver a estudiar, y que por ahora sólo está en talleres de teatro. Nos dio tres boletos más para participar por el auto. Ella era la que ‘animaba’ el sorteo.
Imagen CC vía UTPL