El calor dentro del metro en pleno noviembre es insoportable. Estaba más o menos lejos de la universidad, pero como tenía tiempo decidí tomar micro. Incertidumbre. Nunca se sabe lo que puede pasar con respecto a las calles de Santiago: movilizaciones, accidentes, por ende, tacos.
Afortunadamente el día estaba tranquilo, caluroso, pero tranquilo. Éramos muchos los estudiantes que íbamos en la micro, y yo iba de pie escuchando música. Pero escuché una petición que, sin duda, era para captar la atención de todos.
“Devuélveme la cámara”, dijo una mina que iba en medio del bus. El tipo la miró, se sacó los audífonos y le dijo “¿Qué?”. Así partió todo. Ella insistió con vehemencia y el tipo en cuestión se iba poniendo de todos los colores posibles, mientras le decía por onceaba vez que él no tenía su cámara.
“No seai inconsciente, huevón, la cámara la uso pa’ la universidad. ¡Devuélvemela!”, esta vez la orden iba acompañada de una voz quebrada y aguda. Todos miraban al hombrecillo –también universitario- con cara de ‘Te vamoh a funarte’.
Él no aguantó más y respondió “Te he dicho to’o el viaje, que no tengo tu weá de cámara”, y se bajó los pantalones gritándole “búscala, busca tu weá de cámara”. La mina se asombró –o se hizo la asombrada–, pero se quedó callada y no le habló más. Los dos se bajaron en el mismo paradero.
Después del suceso, los pasajeros se reían y empezaron los comentarios. Eso fue lo que hice el resto del viaje, escuchar lo que decían: que la juventud estaba loca, que ‘esos’ nunca andan solos, y que al tipo le faltaban cazuelas.
Imagen CC vía Javier Sánchez