Sea cual sea la hora a la que uno entre, la espera por el primer break del día en la universidad puede tener muchos motivos: ir al baño, un café, un cigarro; aunque éste último es el que más fieles tiene en mi universidad.
“Préstame fuego”, es lo que se escucha permanentemente en el patio donde vamos a fumar. Un encendedor se transforma en un bien raíz cuando se está en la universidad, más aún si se está en períodos de exámenes. Pero cuando estamos recién comenzando el pucho -y el pelambre- une.
Este semestre nos toca en la sala de edición, y como está en el subterráneo/inframundo de la u, es necesario salir a la superficie y estar entre el resto de los mortales. Dos amigas, la Cami y la Vale, siempre buscan un asiento donde despejar el mate mientras yo consigo fuego.
Lo que me gusta de ese momento es que las conversaciones más burdas adquieren un nivel de importancia tipo catarsis: pelamos a los profes, hablamos de las series que nos gustan y siempre, pero siempre, nos reímos de la mina que se jura Hayley Williams.
La variedad de looks y personalidades que vemos en ese rato siempre nos divierte, es como ver un reality del 13. Y cuando el pelambre sigue, el pucho se demanda. En el caso de la Vale y la Cami, como no fuman, buscan otro compañero durante nuestra muy seria ‘opinología’ universitaria.
En el período otoño/invierno para mí es primordial complementar el pucho con un cafecito. Y como mi plata está destinada al cigarro, voy con toda la perso a pedirle un café a la profe Katty. “A usted se los regalan”, le digo; Ella me dice: “Es muy patúo usted, ah”.
Nunca bolseo cigarros, sólo café y fuego. Hasta la semana pasada no me había dado cuenta que siempre le pido fuego al mismo grupo. Ahora, cada vez que paso cerca de ellos, nos lanzamos un cordial “Hola”. Y ni siquiera sé lo que estudian.
Imagen CC vía Pedro Simoes