“El viernes vamos a salir antes, ¿les parece que vayamos a un after office?”. Glorioso. El jefe hacía la mejor propuesta después de dos semanas de pega intensa. Además, era la oportunidad ideal para concretar una serie de miradas coquetonas que había compartido con la nueva diseñadora de la oficina, Valeria.
Durante toda la semana preparé –patéticamente– la manera en que abordaría a la chiquilla que me ocupaba la cabeza. Llegado el viernes me sentía nervioso, como perro en bote. Pese a mi creciente inseguridad decidí no acudir al shrago, era mejor no correr ningún riesgo. Aunque el alcohol es como un combustible en estos casos.
Como soy bien pavo, le pedí a Javier, un zorrón a toda prueba, que me ayudara. Nos acercamos y mi compañero de milicia empezó con una talla. Infalible. El primer paso se había dado y se veía prometedor. Todos hablábamos con todos y la buena onda se respiraba dentro del grupo.
Llevábamos unas dos horas chachareando cuando noté a mi Dulcinea muy cerca de mi zorrón amigo: se reía de todas sus historias, le coqueteaba abiertamente, y él, se dejaba querer. Se fueron apartando de a poco del grupo, y de un momento a otro, desaparecieron.
Salí a la terraza y pensé en lo difícil que iba a ser llegar el lunes a la oficina con el gran letrero de PERDEDOR en la cabeza. Mientras pensaba en excusas para poder faltar a la pega, llegó Marcela, una de las que más tiempo lleva en la oficina. “Te traje un traguito, pal mal rato”, dijo y me lanzó una sonrisa amable. Empecé hablando de lo típico y terminé dándole un beso bien agarrado a su cintura.
Fue así como partimos. Ya llevamos siete meses y la cosa promete. Pero Javier, zorrón/cabrón, salió mal parado del asunto. Resulta que Valeria es “loca, celópata y absorbente”, según sus propias palabras. El pobre hasta ha considerado renunciar a la pega. Así no más.