Fueron cuatro años de carrera. Estaba preparado para demostrar que después de todo ese tiempo estaba listo para salir en busca de la verdad, y me sentía con el deber de hacerlo. Ser periodista conlleva muchas cosas, entre ellas, ser un guardián de los intereses de la ciudadanía. Hermoso. Pero el primer golpe de la realidad periodística empezó al momento de buscar la práctica.
Hay algo respecto a los estudiantes de periodismo, en que hacer la práctica en un medio pasa a ser un impulso al ego profesional, o en vías de serlo. Por lo mismo, busqué durante dos meses práctica en varias partes y no encontraba nada. Como el tiempo se acababa, terminé en una Consultora haciendo gestiones por teléfono para ofrecerle a los medios que publicaran los nuevos productos de nuestras marcas.
La labor era penca y hacía descender mi amor por la carrera más abajo de lo clínicamente recomendado. Pero lo peor era ella, the big boss, a quien sólo nombraré como Flacarena. Era la primera en llegar, la última en irse. Mandaba correos a las 4 a.m. y aunque la jornada terminaba a las 18:00, era normal, por su causa, salir hasta dos horas más tarde.
No comía en todo el día y, en ocasiones, iba con su notebook a la cocina e interrumpía el almuerzo de otros, "para ver unos asuntitos pendientes". La presión que ejercía sobre todos era agotadora. Está de más decir que era motivo, razón y objeto de burlas dentro de toda la oficina, porque más allá de ser una gran profesional, su manera histérica de hablar y reaccionar eran excelente material para una rutina tipo Stefan Kramer.
Después de dos meses, Flacarena me pidió que hiciera una base de datos "con los números de todos los periodistas de todos los medios". Bajón. Cuatro años estudiando para rendir una buena práctica profesional y terminar armando un excel con números de teléfono. Al menos dejó de hincharme.
Ese fue mi último mes en la Consultora. El día que terminé Flacarena no se despidió de mí. Eran las 18:40 y estaba en reunión con una postulante a práctica. Me asomé por el costado de la puerta de la oficina y le hice un enfático NO con las manos. Era lo mínimo que podía hacer.
Imagen CC vía Martin Cathrae