Quiere un mundo mejor, como todos. Trata de mejorar su entorno día tras día, como pocos. Quiere hacerlo derribando todo lo creado hasta hoy, como él solo. Es nuestro compañero revolucionario, el antisistémico, un rebelde inconformista, insurrecto, subversivo e indómito. Comprometido con todas las causas y reivindicaciones sociales de su país y del orbe completo, no importa si se trata de las tierras mapuches, la paz en el Tíbet, las semillas de Monsanto o el matrimonio igualitario, este personaje tiene una solución para todo, sin embargo el mundo se niega a escucharlo. Si este chascón tuviera diez minutos frente a la ONU, viviríamos un mundo mejor, pero la indiferencia es su cruz.
Tampoco le interesa ganarse un puesto primero, una tarima social desde donde ser escuchado con atención, eso sería rendirse ante lo establecido ¡no, señor! Su revolución se lleva desde el anonimato, todas las causas a la vez.
Su estirpe siempre ha existido pero nunca tuvo las herramientas del siglo XXI. Hoy, además de los panfletos, de las asambleas universitarias, de la junta de vecinos, cuenta con las redes sociales para vociferar al mundo su descontento con todo lo que hay en él.
Antes, aunque aún subsisten algunos, su imagen era caricaturesca, botas militares, polera del Che o aquellas con estrellas de países comunistas, también podía lucir la hoz y el martillo de la URSS, algo por el estilo. Aparentemente poco aseado, llevaba la barba y el pelo largo, se acompañaba de una boina u otro gorro y envolvía su cuello con una palestina. Pero los tiempos cambian y los revolucionarios también, hoy se ven muy bien vestidos, poco a poco se suman a las convenciones sociales, comienzan a creer en el camino establecido, hasta quieren ser diputados. El look más pretendido es el de Miguel Enríquez, chascón pero no tanto, a veces barba, otras veces un buen y cuidado bigote; todo ello acompañado de camisas, que ya son aceptadas en el gremio, y una buena chaqueta o chaquetón.
Es usual verlo en todas las instancias políticas de la universidad, siempre pidiendo la voz y siempre tratando de liderar. Un buen revolucionario no se suma a una idea ajena de sus iguales por buena que sea. O acepta una de revolucionarios históricos, de raza, o crea una propia. Cigarro en mano, satura petitorios con 80 causas donde se esconde y muere la idea principal de cada reunión. Cuchichea en esquinas, sólo con otros que ha validado tras evaluar su conciencia social, aquellos catalogados como buenos seguidores, pues nunca, nunca habrá otro con sus capacidades para liderar la revolución.
Pero el camino al cambio no se acaba ahí, en la senda de retorno a su hogar aprovechará de dejar su mensaje en la locomoción colectiva, pintará en la muralla del barrio fragmentos breves y descontextualizados de algún poema que recuerde, prenderá su computador, cuando no su tablet -porque los productos del neocapitalismo son válidos siempre y cuando se usen en favor de la revolución- y dejará un mensaje a sus amigos de Facebook, reemplazando la "o" por la "x", pues no quiere utilizar el lenguaje para crear realidades diferenciadoras de género. Es un capo, lo sabe todo y ha quedado demostrado.
El revolucionario es bueno de corazón y eso se agradece, pero se toma muy en serio y no se da cuenta que esa seriedad no es compartida por todos a su alrededor, tampoco se da cuenta que quizás se debe a su arrogancia e indiferencia con aquellos a los que no valida. Relájate un poco, compañero.
Imagen CC [Libertinus]