Sin duda, ser joven representa un arma de doble filo a la hora del trabajo. Poder decir “tengo 24 o 26 años” es un lujo considerando que el tiempo es oro y que tenemos toda una vida por delante para trabajar, tener una calidad vida decente y ahorrar esas anheladas lucas que nos darán una próspera vejez, sin embargo, en ocasiones ser muy joven es sinónimo de puertas cerradas en una empresa, ¿por qué?, se preguntarán… por los años de experiencia.
Es cierto, en muchas empresas se pide hasta cinco años de experiencia para optar recién a la postulación de un empleo, cosa que para los profesionales jóvenes es difícil. ¿Cómo vamos a acumular experiencia si se nos niega la oportunidad de trabajar? En fin, eso es harina de otro costal. Lo que quiero plasmar en este artículo es lado bueno de ser joven, y que desemboca en las ventajas que tiene un profesional novel en el mercado laboral.
Lo primero, la juventud, o más bien el profesional adulto-joven, tiene por delante una extensa carrera que perfectamente se puede traducir en 35 o 40 años de trabajo antes de la jubilación, un tiempo más que suficiente para optar, por ejemplo, a ascensos o posiciones destacadas en una compañía, claro, no sin antes recorrer un camino pedregoso y muchas veces cuesta arriba. Para conseguirlo, debes ser responsable, metódico, constante y dispuesto a aprender cosas nuevas todo el tiempo.
Por otro lado, nadie desconoce que los primeros años de trabajo son bien complicados. Hay que lidiar con sueldos más bajos que los trabajadores más "maduros", precisamente por la “falta de experiencia”, esa a la que muchas empresas apelan a la hora de contratar gente. Sin embargo, sorteando con éxito esos tres o cinco primeros años de pega, después el panorama monetario se arregla y las cosas comienzan a ir viento en popa, siempre y cuando te esmeres en hacer las cosas bien. No obstante, y como en todo orden de cosas, hay profesionales jóvenes tocados con la varita mágica que inician su vida laboral muy bien posicionados, por diversos factores, como suerte o en mayor medida por pituto. Además, el ser joven te permite arriesgar un poco más tus ingresos, en fondos mutuos, quizás, o en otra cosa, siempre con la posibilidad de multiplicar o perder tu dinero, pero ojo, que al perder, tendrás muchos años para recuperarlo.
Cuando uno es joven –dicen por ahí- aprende cosas de manera más fácil. Por ejemplo, un niño que es bien estimulado desde pequeño, será una persona más competente en el futuro. A lo que voy, es que cuando uno es joven debe aperarse de los conocimientos y herramientas necesarias para desenvolverse de gran manera en su área. Si se traen frescos los hábitos de la universidad, continuar con estudios de posgrado, sin duda enriquecerá el arsenal de habilidades del joven, engrosando su currículo y permitiendo que opte a mejores empleos. De igual forma, se debe absorber todo lo bueno de un trabajo, pulirlo y digerirlo para futuras experiencias laborales, ya que al ser el mercado tan movedizo, difícilmente pasemos toda nuestra vida en un mismo lugar.
También, el ser un profesional joven representa un cúmulo de ventajas adicionales sobre los más avezados de la empresa. Los jóvenes son una bomba de vitalidad, por tanto, al sumirse en el mundo laboral estarán con toda la chispa y ganas de hacer cosas. Somos los que estamos ahí para todo y con la mejor disposición siempre y cuando no se excedan los límites ni la confianza. Como pajaritos nuevos estamos siempre “listos y dispuestos para todo”. En cambio, los trabajadores más “adultos”, fastidiados de la rutina se remiten exclusivamente a cumplir con sus labores... y sería. Para ellos, no hay cabida para cosas adicionales, claro, salvo excepciones.
A modo de consejo final, el mensaje es claro: hay que aprovechar nuestras primeras experiencias laborales como una fuente inagotable para la adquisición de nuevos conocimientos, y para tantear el terreno de lo que será nuestra vida por los próximos 30 años. Hay que valorar la juventud como la etapa en que aún tenemos licencias para ser inmaduros en un montón de cosas, pero siempre con la convicción de que ya no somos niños, al contrario, somos profesionales y debemos desde ya cimentar nuestro futuro, tratando de ser los mejores en lo que hacemos, para así ser respetado en el mercado y poder optar a un empleo digno de nuestras capacidades.
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